Javier Fornell
Sundrying
Si Cervantes levantase la cabeza nos daba una somanta de palos a todos con su única mano buena
Si Cervantes levantase la cabeza nos daba una somanta de palos a todos con su única mano buena. Y no debido a que, en pleno siglo XXI, los nuevos adalides de la moralidad hayan tachado de esclavista al pobre esclavo de D. Miguel, obviando sus ... cinco años cautivo en Orán. No. Lo haría por la moda de ensuciar y estropear esta lengua tan nuestra y de tantos.
Primero fue la moda, que sigue en ciertos sectores, del doblaje de palabras para que ellos y ellas entendieran que hablaban de ellos y ellas; luego, vino el uso de la arroba @ como símbolo de igualitarismo en vez de para pesar cochinos; y finalmente, casi cayendo en la pandemia, el uso de la finalización -e para recordar que no somos hombres ni mujeres, ni tan siquiera personas, ahora, somos persones, como las gallines. Inclusivamente estúpido.
Pero no es la única moda que destroza nuestro idioma. También están los anglicanismos (no confundir con los herederos religiosos de Enrique VIII), esos que convierten nuestra lengua en una suerte de galimatías terminada en -ing. Ya sé sabe, si es ing, es más chic. Que no es lo mismo salir a correr que hacer footing, aunque los ingleses se pregunte qué narices significa eso.
Aunque sí saben, perfectamente, que es el balconing. Claro que, si el inglés de turno se mata haciendo la cabra montesa por los hoteles de Magaluf, el problema será de los españoles que no le ponen instrucciones de uso al tan maltratado balcón. Un error, este nuestro, que deberíamos de subsanar para evitar que luego ocurra lo que ocurre. Y no precisamente el despeñamiento de guachinsneis desde azoteas.
Pero volviendo a nuestro idioma. No seré yo el que niegue el enriquecimiento cultural que conlleva la mezcla con terceros. Al fin y al cabo, palabras tan gaditanas como chumino provienen del inglés (show me now); incluso las hay que vienen de las mofas gaditanas como cursi, que se reía de las hermanas Sircu. Riqueza lingüística que ha perdurado en los siglos extendiéndose, como la estupidez, en el siglo XXI.
Una estulticia (que rico nuestro castellano que tiene mil formas finas de evitar la malsonante “gilipollez”) que tiene su máximo exponente estos días en la palabra que da titulo a este artículo: Sundrying. ¿Qué es eso?, se preguntarán con el vocablo traído de esa tierra en la que la Corona, en vez de invertir en Corinas, lo hace en ginebras.
Pues la palabreja no es más que la forma de definir la nueva moda entre esos modernos ultra defensores de lo verde y el medio ambiente. Esos que, de pronto, han descubierto que la ropa, al sol, se seca la mar de bien, huele mejor y hasta se queda menos arrugada que secándola en la secadora eléctrica. Ya ven, sus abuelas, las mías, y hasta yo mismo hemos sido unos adelantados de la modernidad al colgar la ropa del tendedero en vez de usar la cómoda y costosa secadora. Y, sin saberlo, hemos sido precursores de una nueva moda: el sundrying.
En definitiva: o esta sociedad está muy aburring, o está llena de gilipolles.