TRIBUNA

El año siniestro

«Y es que, 2020 ha sido eso, un tiempo en el que pudimos aprender a ser mejores y nos quedamos en videos de tik tok y aplausos en los balcones»

JAVIER FORNELL

Se veía venir desde el mismo momento en el que se supo que 2020 sería año bisiesto. Es decir, desde el inicio de los tiempos ya se había escrito que el año que acabamos de terminar sería siniestro. Al fin y al cabo, se unían ... los astros para que un nacido el 29 de febrero presidiese el gobierno de este país de locos en un año de locura colectiva. Y es que, 2020 ha sido eso, un tiempo en el que pudimos aprender a ser mejores y nos quedamos en videos de tik tok y aplausos en los balcones; mientras la situación y las olas se repetían hasta terminar el año escuchando en calles gaditanas aquello de «alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos el resultado nos da igual».

Pero no da igual, este año que se acaba ha sido un año perdido en muchos aspectos. Y en el que hemos perdido a muchos por el camino, seguramente muchos más de los que marcan las cifras oficiales. Sobre todo, en el punto de origen, China, con Wuhan como epicentro y con el gaditano José González como protagonista inesperado recordando que también allí triunfan los de nuestra tierra. Pero empecemos el año por el principio.

En enero comenzó a hablarse de una extraña pandemia china que obligaba a cerrar ciudades. Entonces aquello que llamaron coronavirus y que muchos (me incluyo) pensamos que era una falsa alarma, parecía un episodio más de Pedro y el lobo. Además, pasaba en China, en el otro extremo del mundo, en ese gigante económico y dónde viven tantos millones de habitantes así que unos pocos menos… la empatía, ya se sabe, que en España no se gasta mucho.

Por eso, en esta España de verdes y morados, solo discutíamos sobre la llegada al poder de Pablo Iglesias como vicepresidente del gobierno social-comunista que acababa de armarse. Parecía que un nuevo ciclo político estaba a punto de comenzar, pero se convirtió en un envenenado regalo de Reyes para Pedro Sánchez. Y no solo por el virus, también por unos conflictos internos que nos llevaron a un 8M que jamás debió producirse. ¡Lástima! Como historiador que soy, estaba ansioso por el nuevo devenir político, con la entrada de un nuevo jugador (VOX) en la escena política y partidos radicales (empezando por Bildu y ERC) como sustento del gobierno central.

Además, se volvía un año clave para la monarquía, con la salida del Emérito en busca de un refugio en el exilio en el que poder disfrutar de su fortuna. Y con el rey Felipe VI aguantando la corona más estoicamente que la reina Sofia los líos (léase cuernos) de Corina con el Emérito monarca autoexiliado.

Sin embargo, el año bisiesto nos tenía la gran sorpresa preparada. Recuerdo perfectamente el 8M. Ese día guiaba durante el último fin de semana de carnaval a un grupo de madrileños, pero el tema ya era monotema: el virus chino. Solo necesitamos una semana para la primera ola que arrasó con los más mayores del país. ¿Qué le voy a contar que no sepa ya? Confinamiento, cierres, ERTEs, muertes, tanatorios, aplausos, caravanas de los cuerpos de seguridad por la avenida, soldados en la calle Ancha y guerras entre el himno de España y el Resistiré. Y todo encerrados en casa, sabiendo que nos tocaba vivir nuestra propia guerra con el mando de Netflix en la mano.

Curioso, por cierto, que la serie del momento hasta que todo cambió fuera Chernobyl, como si ya desde el 2019 nos estuvieran advirtiendo de lo que estaba por venir: un año aciago en el que todo podría suceder, como la repetición de la explosión gaditana del 47 pero en Beirut, a unos 70 km de nuestra madre Tiro. Y eso en un verano en el que creímos ver la luz del sol sin darnos cuenta de que estábamos en el ojo del huracán.

Pero un verano que disfrutamos desde el mismo día que nos dejaron pisar la calle con cierta libertad. Descubriendo, de paso, las grandes ventajas y privilegios de vivir al sur del sur. En esta provincia, abandonada por políticos de uno y otro color, que demostró una vez más que no es más rico quién más tiene, sino quién sabe disfrutar de lo que tiene… ¡estaba la playa como una feria! Y nos sentimos libres y seguros; y nos alegramos tanto de salir a la calle que no nos dimos cuenta de la realidad en la que vivimos.

Una realidad en la que, en muchos centros, los niños van semana sí, semana no. En la que las universidades están cerradas; en la que nos hemos acostumbrado al toque de queda, a los grupos burbujas y al máximo de seis personas por mesa. A las colas en los bancos de alimentos y a tasas de paro que nunca antes se vieron, pero que se quedan cortas con lo que llegarán. Ya que si está pandemia va a traer algo es crisis económica. Ya la vivimos muchos —que vamos a decir los autónomos, más los que nos dedicamos al turismo—, pero no es nada con lo que está por venir y que deberían motivar motines en toda España. Pero no, nuestros motines son los de los cayetanos y los bosenianos; mientras los sindicatos se esconden cuando se levanta la voz por los ERTEs no cobrados.

Los motines que pudieron darse por la catastrófica situación económica quedaron tan callados como los músicos, viendo como los conciertos en directo desaparecían hasta que Raphael conquistó nuevamente los escenarios en un pabellón polideportivo. El mismo que ve como el baloncesto se juega sin público, al igual que ocurren en los estadios de fútbol en el año grande del cadismo en su vuelta a primera. Ni en eso hemos tenido suerte y no podemos disfrutarlo, como no disfrutamos la Semana Santa ni disfrutaremos (con buen criterio por parte de nuestro ayuntamiento) el Carnaval ni, posiblemente, la Semana Santa de este año que comienza.

Desgraciadamente, el huracán todavía está cogiendo fuerzas, como lleva haciendo desde verano; y nos ha traído una nueva normalidad en la que nos empezamos a sentir cómodos. Casi obligatoriamente hemos bajado la guardia y llenamos las calles de manadas de enmascarados humanos, olvidando que la distancia social salva más vidas que el trapo (en la mayoría de los casos no es más que eso) con el que cubrimos nuestra faz: el infierno de Esquilache hecho normalidad.

Pero lo peor de todo es que hemos vivido un año histórico, con muchos hitos nacionales e internacionales como la salida de Donald Trump de la presidencia norteamericana y la llegada del casi octogenario Joe Biden, con Kamala Harris de vicepresidenta y más que posible futura presidenta de los Estados Unidos. El año en el en España se estableció un Ingreso Mínimo Vital con más sombras que luces, pero, sobre todo lo demás, 2020 ha terminado con Gran Bretaña saliendo de la UE y con Gibraltar derribando la verja que le separa de España desde 1704. Quizá estemos viviendo el principio del fin de la soberanía inglesa sobre la roca.

Por suerte, la Historia es sabía consejera y cuando todo esto pase volveremos a reír.

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