Javier Fornell
Semana Santa cenicienta
Lo peor es que esta Semana Santa se ha cargado de debates sin sentido y de cruces de acusaciones entre unos y otros
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Debo reconocer que, siendo católico como soy, la Semana Santa turística y cofradiera no es la que más me gusta. La respeto y disfruto la belleza de sus imágenes y el misticismo de muchas cofradías. Incluso me descubro buscando fotografías que resalten los mejores momentos, ... las mejores instantáneas. Como la del aguacero en el Campo del Sur. Pero poco más.
Entiendo que tiene una parte importante de devoción y que siempre se usó por la Iglesia como forma de evangelizar a un pueblo iletrado que necesitaba saber cómo alcanzar la salvación. Pero también creo que la semana santa que vemos en la calle se ha convertido en una festividad tradicional en la que se ha perdido gran parte de la fe. La fe, la verdadera, se vive dentro de las propias parroquias y no de puertas hacia fuera.
Pero en la calle, y que me perdonen los que viven su fe con pasión en las procesiones, también existe mucho postureo, mucho fanatismo mal entendido que te hace lanzar vivas a tu Cristo e insultar al del vecino. Y, lo peor que tenemos, es el «uso y disfrute de la tradición». Lo hemos visto estos días cuando escuchamos una y otra vez hablar de «nazarenos» en una ciudad que trae a sus «penitentes» desde la Edad Media; que se pelea por la forma de cargar los pasos en una ciudad que siempre fue abierta de mente, pero que no acepta ser copia de Sevilla.
Lo peor es que esta Semana Santa se ha cargado de debates sin sentido y de cruces de acusaciones entre unos y otros. La razón principal, las salidas procesionales sin terminar de mirar correctamente los partes meteorológicos. No quisiera ser yo Hermano Mayor en un año como este, cuando a la salida no llovía, aunque todos los partes indicaban posibilidades de agua por encima del 70%. Y no querría serlo ya que te enfrentas a una doble problemática.
La primera, enfrentarte a tus propios hermanos, que llevan varios años sin poder salir a procesionar junto a sus titulares. Muchos con promesas realizadas solicitando los favores de la Virgen o de Jesucristo. Con sentimientos a flor de piel, al ver como lunes y martes el cielo se tornaba grisáceo, advertencia cenicienta de que la noche no acabaría bien.
Y por otro lado, la parte artística (reconozco que es la que me duele) de poder estropear por las lluvias tallas de alto valor patrimonial. La Semana Santa gaditana guarda una riqueza inmensa, que queda oculta por otras como la sevillana o la jerezana, pero que en nada las desmerece. Eso te lo dice cualquier foráneo al ver, por ejemplo, al Cristo de la Buena Muerte. Y ponerlas en peligro no debería ser la opción. Ver las tallas recubiertas por chubasqueros me provoca pavor, por lo daños que se pueden producir, y por la imagen ridícula que muestra al mundo.
Este año, además, se ha producido un segundo debate en el mundo cofradiero con el enfrentamiento con el Obispado por la permanencia dentro de la Catedral de las hermandades salidas el lunes. Y aquí me pongo al lado del obispo: no importa el número de personas en su interior; no se pueden permitir daños, destrozos y suciedad. La educación debe mostrarse dentro y fuera de nuestra Iglesia principal.