Javier Fornell
De la seguridad al totalitarismo
Cuando olvidamos nuestro pasado y nos dejamos llevar por los populismos (morado o verde, tanto da), caemos en buscar enemigos a los que achacar nuestros problemas
En la historia hay hechos puntuales que cambian nuestra forma de ser y vivir. Pasó con el 11-S y toda la seguridad que llegó para quedarse en aeropuertos y transportes. Ya no nos resulta raro no poder meter ni una botella de agua o ... un cortaúñas en un avión. Lo vemos normal, es por nuestra seguridad. Lo mismo ocurre desde la llegada del covid. Nos hemos acostumbrado a las mascarillas y todavía hay muchos que se niegan a desprenderse de ellas para evitar la gran pandemia del siglo XXI. Igual que nos hemos habituado a preparar nuestro pasaporte covid si vamos a viajar, nuevamente, es por nuestra seguridad.
Y como con el 11-S lo que hay detrás es mucho más terrorífico: la búsqueda de la seguridad nos lleva a entregar parte de nuestra libertad. Y eso que siempre he pensado que es fundamental tener leyes y reglas sociales, pues el hombre, como decía el filósofo, es un lobo para el hombre y termina matando al vecino por un vaso de arroz. Es lo que tiene ser la especie más egoísta del mundo.
Por eso, la nueva normalidad que nos acoge arropada por la guerra de Ucrania y en plena época de ciclo electoral, me hace pensar en lo que está por venir. El pasado nos ha enseñado que después de épocas de crisis y miedo y han llegado gobiernos totalitarios. Y en España, de eso, sabemos y mucho. No en vano, el periodo histórico con menos guerras civiles que ha vivido esta piel de locos, es el que llevamos desde la transición democrática hasta nuestros días. Antes, ni republicas ni reinos, lograron la estabilidad de un país que se mueve muchas veces a impulsos de entrepiernas.
Lo estamos viendo en las encuestas, con un país que ha volteado su voto desde un emergente Podemos, que hoy se mueve en arenas movedizas, hasta un VOX que se sabe fuerte. Por medio, la falta de formación de una población joven que desconoce quien era Franco y que sabe más de las reconciliaciones en Supervivientes que del abrazo de Pemán y Alberti (de hecho, me juego un dedo a que no saben quienes son esos dos).
Cuando olvidamos nuestro pasado y nos dejamos llevar por los populismos (morado o verde, tanto da), caemos en buscar enemigos a los que achacar nuestros problemas. Los problemas de una sociedad, que tiene la espada de la gran crisis económica pendiendo de un hilo sobre su cabeza, son muchos y los fantasmas son fáciles de encontrar para quien sabe mover los hilos. De hecho, en estos días vemos como Santiago Abascal se esconde para dejar paso al discurso más radical de Macarena Olona. Mientras Juanma Moreno y Feijoo ofrecen una visión moderada frente a los radicalismos que también se observa en el gobierno.
Cuando se terminen las ayudas que Pedro Sánchez (con buen criterio, al César lo que es el César) ha dado, veremos la verdadera cara de la realidad social. Y cuando no quede para comer, llegará el momento de los radicalismos. Lo vemos en Europa, lo veremos en España. Solo espero confundirme y que el pesimismo que a veces me lleva a pensar en guerras se quede en un simple pensamiento. Por desgracia, la historia es sabia.
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