Javier Fornell
Natalia, Pepa y Belén
Cádiz es una ciudad que aún tiene mucho que aportar y crecer; que necesita apoyarse en los trabajadores de la ciudad, en sus emprendedores
Estos días de verano recorro las calles de Cádiz con otros ojos. Con los del visitante al que acompaño viendo cómo se sorprenden de cada rincón de nuestra ciudad. Todos, además, realizan preguntas sobre la ciudad y sus gentes, sobre nuestra forma de vivir y ... nuestro dirigente. Una de las preguntas que más se repite es «con Kichi qué tal» y mi respuesta siempre es la misma: «es simpático y aparentemente honrado». Obviamente no entro con ellos a hablar sobre su gestión de la ciudad ya que en una guía no se habla ni de política ni de religión.
La segunda pregunta es «¿de qué vive el gaditano?», cosa que respondo con alegría. A no ser que venga acompañado del consiguiente «los gaditanos son vagos pero simpáticos, como vuestro alcalde». Y eso no lo acepto. Y no por lo que digan de José María González, que me da igual, lo digo por lo que dicen de nosotros, como gaditanos.
Estoy harto de dar la imagen de alegres vagos juerguistas. Quizá porque ni yo ni la gran mayoría de la gente que conozco lo son. De hecho, miro a mis amigos gaditanos y veo emprendedores como Natalia Vazquez, con más de una decena de años al frente del Taller de Coqui; empresaria gaditana y gadita que desde su tienda de la calle Barrié trabaja incansable para crear empleo y riqueza en una ciudad que adora.
Pienso, también, en compañeros del Turismo como Josefa Díaz (Pepa de Las Cortes) que da lo mejor de sí por esta ciudad, trabajando sin parar y desde sin decir nunca que no. O en Belén de Torre Tavira que ha logrado convertirse en un sello propio y distintivo de esta ciudad. Pero pienso también en esos trabajadores que arreglan calles y fachadas con el sol cayendo a plomo sobre sus cabezas; en la gente de Astilleros o Airbus; en los miles de camareros, reponedores, repartidores o gasolineros que trabajan hasta dejarse las pestañas y me enfado.
Me enfado porque Cádiz no es una ciudad de vagos alegres. Cádiz es una ciudad que ha sabido reírse de las desgracias sin dejar de trabajar. Dejándose el lomo para que gente venida de fuera venga a decirnos que cerramos de tres a cinco mientras se toman una cerveza en el bar. Sin pensar que mientras ellos están de vacaciones, nosotros no hemos parado.
Por suerte también están los otros. Los que valoran lo que tenemos y hacemos; que se enamoran de nuestras calles y sus gentes, charlatanas, alegres y cercanas. Que descubren casi sin querer que al sur de Europa hay una ciudad que vive y trabaja a ritmo caribeño, lento pero sin pausa. Poniéndose a la risa de montera mientras, debajo de la mascarilla, balbucea en silencio lo cansado que está de trabajar de sol a sol.
Cádiz es mucho más que la imagen que tienen de nosotros y que nosotros mismos hemos dado. Cádiz es una ciudad que aún tiene mucho que aportar y crecer; que necesita apoyarse en los trabajadores de la ciudad, en sus emprendedores y en sus políticos para, todos juntos, volver a ser grande. Yo, mientras, en mis guías, seguiré hablando de Natalia, Pepa o Belén.
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