Javier Fornell
Miradas
Nosotros no vivimos esa soledad, pero deberíamos empatizar con quienes tienen menos y aun así son felices
Al ver lo que ocurre estos días en Ceuta y Melilla, no puedo más que mirar atrás. A un viaje vital hecho a la India hace diez años. Un viaje en el que mi mirada del mundo y sus gentes cambió y que me lleva ... a pensar que todos deberíamos vernos en los ojos de otro alguna vez. Como hice yo en Andhra Pradesh. Una mirada que hoy quiero compartir con vosotros.
Sin lugar a dudas, al hablar de Andhra Pradesh hay que hablar de ojos. Del Tercer Ojo que llama a la sabiduría, pero también de los ojos que miran. Y de las miradas que se reflejan en ellos. Miradas de muchos tipos. De sorpresa, algunas, al verte pasar entre ellos, occidental donde jamás otro que no fuese misionero llegó. Sorpresa en los ojos de los niños, asustados ante algo que desconocen. Alegría y orgullo por recibirte en tu casa y poder compartir lo poco que tienen. Gratitud por haber ido hasta allí, a conocerlos y decirles «yo soy uno de esos que colaboran con vosotros». Miradas de añoranza por lo perdido o lo nunca tenido. Miradas de miedo, de tristeza, de amargura, de amor, de felicidad. Miradas en ojos oscuros como la piel.
Y de todas esas miradas, dos se me clavan en el alma hasta hacerla jirones, y luego lanzaron cada jirón al viento para dejarlo volar entre la inmundicia y la miseria. La mirada de la princesa de la calle. Negras pupilas sobre blanco fondo y piel negra. Es guapa, muy guapa aunque nunca lo sabrá. Su pelo enmarañado se pega a sus sucias ropas mientras, suplicante, te mira con sus grandes ojos para que le des unas rupias que no puedes darle, pero que quieres darle. Pobre princesa encerrada en su calle. Temblorosa voz que ruega ayuda, una ayuda que no puedo darle. Princesa con su corte. Manos que se unen para caminar más seguros por inseguras aceras. Observo a la princesa irse, no tendrá más de seis años, pero porta entre sus brazos a un bebé y arenga a otras tres niñas a seguirla. Se marcha la pobre princesa niña de la calle, y una parte de mí se va con ella para siempre, con su mirada desgarrándome el ser cada noche.
Y la segunda que se clava es la chica de una foto, preguntando en inglés entrecortado por qué tiene que llamar tío a su papá, sin comprender que mal hizo ella, que estuvo junto a su madre hasta el mismo momento de su muerte y que, por culpa de una maldita transfusión que contagió a su madre de SIDA ahora ella tiene que vivir lejos de sus primos, con los que jugaba, internada en un pequeño orfanato para niñas infectadas con VIH. Niña sonriente, que te lanza su mirada pícara mientras la cámara le enfoca, mientras baila o canta, mientras se atusa el traje nuevo que lleva para la ocasión. Mirada que se vuelve triste en la soledad.
Nosotros no vivimos esa soledad, pero deberíamos empatizar con quienes tienen menos y aun así son felices. Con quienes nos dan lecciones de vida, de lucha, de crecimiento desde la adversidad. En India cambió mi forma de mirar y hoy os enseño algo de esa mirada.
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