Javier Fornell
Mar de esperanza
En estos días en los que la inmigración está en boca de nuestros políticos uno se pregunta qué saben de la realidad
Cádiz es frontera. Lo ha sido a lo largo de los siglos y sigue siéndolo ya bien entrado el XXI. Situado entre dos mundos tan diferentes como cercanos, el estrecho de Gibraltar y todas nuestras costas se han visto muchas veces tintadas de sangre. También ... ahora, bien entrado el siglo XXI.
Un siglo que debería haber aprendido del pasado. Que debía haber sacado provecho de esa globalización que hace que el aleteo de una mariposa en Japón se vea un segundo después en Cádiz . Pero no lo hizo. Somos humanos y estamos destinados a equivocarnos una y otra vez. A convertir la diferencia en un problema, en vez de una ventaja, y a tratar al diferente como el enemigo al que hay que vencer.
En estos días en los que la inmigración está en boca de nuestros políticos uno se pregunta qué saben de la realidad. Esa que vemos en nuestras costas día sí, día no. Esa que hace que un veraneante grabe con su móvil la llegada de una patera a la playa en la que disfruta de sus vacaciones.
En estas Navidades, esas pateras también han llegado a nuestras costas. No dejan de hacerlo a lo largo del año, tan solo miramos a otro lado. Allí dónde nos señala el foco mediático del momento. Ya pocos se acuerdan del Aquiarius, mucho menos de los ‘aquarius’ que llegaron una semana después a Algeciras, saturando los centros y agotando las ayudas.
Solo 14 km que separan la desesperación de la esperanza. Un espacio demasiado corto para no atreverse a intentarlo. Más cuando el periplo de muchos migrantes hasta la costa africana ya ha sido realmente duro. Tan duro que en nuestra mentalidad occidental no podemos llegar a comprender las razones que los llevan a intentarlo.
El otro día, oía por la calle a unas señoras diciendo que los que llegan «son ricos, o no podrían pagar a las mafias». El discurso de VOX ha ido calando, poco a poco, sin que nadie les haya dicho: «Los ricos van en avión». Aunque algo de verdad sí hay en esa afirmación. Muchos de ellos tienen estudios universitarios y profesiones remuneradas en su país de origen. Así que no son ricos, pero si son la riqueza y el futuro de un país que se escapa como la arena del desierto entre los dedos de las manos.
La huida de la miseria, la guerra y la enfermedad es el mal que esquilma África, que ve como sus hijos más preparados migran. Como también lo hacen los nuestros buscando mejor calidad de vida. Y Cádiz, de eso, sabe mucho. Sabe de los que se van y los que vienen. De los que huyen, a los dos lados de Estrecho , buscando crear su propio futuro.
Como zona de frontera que somos, nunca se vio al extranjero como un enemigo, sino como una oportunidad. Sin embargo, hemos perdido la objetividad, la empatía y hasta algo de humanidad. Nos hemos acostumbrado a las pateras en nuestras playas y a los muertos en nuestras orillas. Nos olvidamos de que el estrecho de Gibraltar es tan atrayente como peligroso y que ya está consideradola mayor fosa común del mundo.
Y no deberíamos acostumbrarnos nunca a que nuestros mares se llenen de esperanzas ahogadas.