Javier Fornell
La libertad de expresión según Iglesias
Esa libertad de expresión que pide para Hasél, desaparece desde el momento en el que él no tiene el control de lo que se dice, o cuando lo que se dice es contrario a su ideología
La entrada en la cárcel de Pablo Hasél ha mostrado una verdad incomoda de nuestro país: la libertad de expresión se ha convertido en una especie de escudo mágico que permite decir lo que se quiera. Lo curioso es que mientras una parte ... de la población, vinculada a las ideologías de izquierda, se lanzan a la calle y a las redes a defender el derecho de cada cual a decir lo que le de la real gana. Pero esa misma caterva censura y pide el mismo trato recibido por el rapero separatista para quienes piensan lo contrario a ellos.
Soy de los que piensa que la libertad de expresión no puede proteger cualquier barbaridad, como lo dicho por la joven Isabel Peralta en un acto de exaltación del nazismo. La joven, de camisa azul, labios rojos y lengua viperina atacaba a los judíos como los causantes de todos los males. Y aquí la izquierda, con razón, se echa las manos a la cabeza, olvidando, eso sí, que ellos mismos son propensos a atacar a los judíos bajo el eufemismo de sionistas.
Y, en medio de todo esto, aparece una figura siniestra, oscura y peligrosa: el vicepresidente del gobierno. Ayer mismo volvió a mostrar el problema de tener a un radical al frente del gobierno cuando pidió en el parlamento un control de la prensa. Es decir, esa libertad de expresión que pide para Hasél, desaparece desde el momento en el que él no tiene el control de lo que se dice, o cuando lo que se dice es contrario a su ideología.
Por supuesto, para él, el control solo debe ser de los medios privados; los públicos ya los maneja a su antojo. Lo curioso es que no es nuevo, sigue buscando lo que pidió al llegar a la vicepresidencia: el control de todo medio de comunicación y, por tanto, de toda la información que le llega al ciudadano. Un ciudadano que considera inferior, peor formado y más manipulable. Ya se sabe, ese complejo paternalista del vicepresidente que le hace proteger a los que considera inferiores; como aquellas malas praxis de la cooperación de antaño en el que el blanco rico enseña al negro pobre.
Y esto es lo más peligroso de todo. En medio de la lucha por la libertad de expresión y la defensa de una democracia sana en la que se eviten ciertos discursos bochornosos, intolerantes y totalitarios (el de Hasél o el de Peralta, tanto da), el vicepresidente del gobierno, que la semana pasada saltó a la palestra para decir que no tenemos una verdadera democracia, hoy pide el control de los medios de comunicación. Y tiene las herramientas para conseguirlo, al estar en el mismo gobierno.
Detrás de la estrategia de Pablo Iglesias está la imposición de un pensamiento único en el que las tesis de Podemos se arraiguen como se arraigaron el “una, grande y libre” impuesto por el régimen franquista. Una sola línea válida vinculada a la ideología de izquierdas, que terminará acallando desde el poder a cualquiera que piense diferente; pero, sobre todo, acallará cualquier noticia contraria al gobierno y cualquier voz disidente que pueda poner entredicho su verdad.
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