El innombrable
Creo que la Ley de Memoria Histórica nació con una premisa errónea: borrar todo aquello que recuerde lo peor de nuestro pasado
Hoy pensaba gastar 29 segundos de mi vida en hablarles de la importancia de las relaciones internacionales y del escaso papel que esta España nuestra juega en tablero mundial. Luego pensé que nuestros estudiantes se merecían unos minutillos para hablar de la Selectividad (o cómo ... quiera que se llame ahora) y de las quejas anuales por la dificultad de las pruebas. Incluso pensé hablar de la Feria del Libro que se realizará en julio, pero, al final, he optado por recordar a un innombrable: José María Pemán.
No voy a defender su labor al frente de la reconversión de los maestros españoles que conllevó una purga de estos, pues es algo que, en nuestra mentalidad del siglo XXI de libertad de expresión y democracia, no tiene espacio ni defensa. Pero al ser historiador trato de ver las cosas en su justa medida y sin anacronismos ni ucronías. La defensa infantil y sencilla sería decir: «si los rojos hubieran ganado, habrían hecho lo mismo, pero perdieron la guerra». Aunque eso no es excusa para lo que hizo. Creo que la Ley de Memoria Histórica nació con una premisa errónea: borrar todo aquello que recuerde lo peor de nuestro pasado. Dejando de lado que una nación que olvida su pasado está condenada a repetirla: en el olvido quedan relegada la verdad y dejamos sin sentido lo que ocurrió. Por ejemplo, con Pemán, quien defendió aquello que creía justo. Y lo hizo desde mucho antes de que el franquismo apareciera.
Lo hizo en sus escritos como columnista en ABC, mucho más relevante en este aspecto que como poeta, y donde destacó como uno de los grandes escritores en este difícil arte de crear opinión en poco espacio. Lo hizo en la Real Academia Hispanoamericana, y en el Ateneo de Cádiz y en cada una de las instituciones en las que participó antes del nacimiento del franquismo. Ideas que defendió desde la Asociación Católica de Propagandistas: una España de orden dónde el caos y la violencia no debían tener sitio. Se mantuvo en silencio durante la Republica, a pesar de ser tratado como un apestado (incluso expulsado de espacios compartidos) por otros literatos de la época como el sobrevalorado Rafael Alberti. Y solo levantó la voz y se posicionó tras el asesinato de Calvo Sotelo: la mecha que prendió la guerra. Y luego, actuó en consecuencia con sus ideas. Lo que no se debe hacer es olvidar su figura. Ayer mismo retiraban la placa de su casa natal. Una obra que está firmada por Vasallo, el gran escultor gaditano que está detrás de la Gades, con lo que se nos roba una obra de arte (otra) de la ciudad. Y se borra un poco más la historia de uno de los hombres que han marcado el siglo XX gaditano.
La verdadera memoria histórica debería ser la que, manteniendo la placa y el nombre, situara a su lado la historia del individuo en cuestión. Con sus luces (que las tuvo y muchas) y sus sombras (que también las tuvo). Entender a un personaje como José María Pemán debería ayudar para entender las razones que llevaron a este país a una cruenta guerra civil y una durísima represión dictatorial. Y eso, ayudaría a no volver a manchar las calles de sangre.