Javier Fornell
¿Feliz Navidad?
Tengo que reconocer que soy muy Grinch
Tengo que reconocer que soy muy Grinch. Ya saben, ese personaje de la literatura que odia la Navidad y trata de destruirla por todos los medios. Yo no llego a esos extremos de animadversión irracional, pero reconozco que no me gustan estas fechas por ... muchos y variados motivos.
El primero: el peso. Uno se lleva todo el año tratando de mantener la línea (curva en mi caso) y llega diciembre y comienzan las comidas/ cenas de empresas. Y, ¡ojo!, no importa que seas autónomo o que lleves jubilado más tiempo que España sin gobierno, tarde o temprano te meterán en un grupo de WhatsApp para la citada cena. Y la entrada en el grupo conlleva un reguero de mensaje de elfos bailando con la cara de mengano, jerseys de renos, imágenes de una blanca navidad y hasta instrucciones para hacer el muñeco de nieve perfecto. Que tú vives en Cádiz, vale, pero con el cambio climático lo mismo te nieva este año y hay que estar preparado.
Después, está el amigo invisible. Ese invento del demonio en el que debes hacer un regalo a alguien que, a veces, ni conoces y al que la mayoría del año no le darías ni los buenos días. Un giro más del consumismo navideño. Aunque en modo lowcost, lo que te obliga a cargarte de ingenio para hacer un regalo único de cinco euros. Por lo menos, la gracia, no es cara.
También están las cadenas de felicitaciones. Los christmas virtuales en los que tienes que destacar en originalidad para ser mejor que tu vecino. O, lo que es lo mismo, la forma mundana de la lucha por las luces de los ayuntamientos. La manera de atraer a los incautos que, como los visitantes conileños al poblado navideño de Lisboa, han visto que no es nieve todo lo que reluce.
Para mí, la Navidad hace mucho que perdió su significado real: el de celebrar el nacimiento del Hijo de Dios y servir de encuentro para las familias. Se perdió el verdadero espíritu de estas fechas para convertirse en una excusa más para comprar y competir por hacer el mejor regalo–al son de Mariah Carey, hasta en eso se han perdido nuestras tradiciones–. Aunque eso marque en rojo las cuentas bancarias de muchas familias que no comprenden que los niños tienen que aprender que no siempre se puede tener todo lo que se quiere.
Ahora, hasta los Reyes Magos se han transformados en reinas «hartas de fregar». Magas que se olvidan de que, por encima de la ideología, está la ilusión de los niños que van a ver a sus majestades soñando con la noche mágica del 5 de enero. Pero eso no importa. Lo importante es soltar un discurso que nos convierta en trending topic y que sirva para ir aleccionando a los más pequeños, aunque sea a costa de robar infancias y con el beneplácito de nuestro Ayuntamiento.
Al menos, nos queda que siguen siendo fechas de reconciliación y amistad. Esas en las que Pablo Iglesias, Inés Arrimada y Espinosa de los Monteros pueden reírse juntos, abiertamente. Así que, siguiendo su ejemplo, también yo me trago mi tirria por Santa Claus y les deseó de todo corazón que las Navidades les traigan lo que realmente necesitan: salud, amor y un gobierno de coalición.
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