Javier Fornell
La fascista
Como la burbuja del ladrillo, también la del metal explotará porque cuando un peón cobra más que un profesor es que algo va mal
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Dicen que es una fascista. Que lo es por no aprobar con gusto los propósitos del alcalde nomenclátor para el cambio de nombres de nuestras calles. Le insultan, en la sesión oficial del Ayuntamiento y en sus redes sociales, escupiendo una palabra que ya no ... tiene sentido: fascista. Fascista por pedir que se realicen los acuerdos plenarios, fascista por hacer oposición a un alcalde que solo se siente bien megáfono en mano.
Lo curioso es que si vemos que significa de fascista, la RAE nos dice que es una «Actitud autoritaria y antidemocrática que socialmente se considera relacionada con el fascismo». Y el fascismo es un «movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista».
Es aquí cuando uno se da cuenta de lo equivocado que están quienes llaman fascista a Carmen Sánchez. Una fascista con la que he tratado desde hace años, desde que era una política jovencísima con ganas de cambiar las cosas y trabajar por la ciudad y sus gentes. Lo hacía, entonces, desde la Delegación de Juventud. Siempre con gran talante, una amplia sonrisa y abriendo la mano a trabajar con otras instituciones y personas, y siendo una trabajadora incansable. Algo que la fascista Carmen Sánchez hizo siempre sin mirar el color del partido político.
Así, con consenso, se logró una remodelada Casa de la Juventud que contó con la participación de la Junta de Andalucía y del propio Ayuntamiento. En una época en la que las palabras se quedaban en eso; ellas, las representantes de los jóvenes gaditanos dieron un ejemplo de por dónde debían ir los caminos para mejorar esta ciudad.
Pero ahora, por no votar a favor de que se cambie el nombre de Ingeniero de la Cierva (inventor del girocóptero, posterior helicóptero), de Ramón Franco (hermano comunista del dictador, que terminó asesinado, pero que pasó a la historia por ser el primero en cruzar volando el Atlántico) o del Marqués de Comillas (fundador de nuestros astilleros) se le llama fascista. Y lo hace un alcalde que se acerca más al fascismo de lo que le gustaría reconocer. Que ha tomado las peores maneras de tiempos anteriores para imponer sus deseos ideológicos y que ha dejado a la ciudad en un segundo plano.
Un alcalde que, cargado de corporativismo, pide a los trabajadores del metal que quemen su propia ciudad para que en Madrid le escuchen. Pero que se olvida que, como la burbuja del ladrillo, también la del metal explotará cuando un peón cobra más que un profesor, es que algo va mal. Y en Cádiz son muchas las cosas que van mal. Por eso, a Kichi (el sindicalista), le interesa crear cortinas de humo. Le interesa tener a la calle en guerra y llamar fascistas a sus rivales políticos. Le interesa para acallar el murmullo de una calle que está harta de sus ideas peregrinas. Que le votó para conseguir un cambio y solo ve el cambio de nombres (y el gasto consiguiente) de sus calles.