Javier Fornell

El entierro del trumpismo

El problema es que la red de redes no es libre y de un plumazo pueden cortarte las alas y cerrarte las cuentas solo por una denuncia anónima de alguien con unas ideas contrarias a las tuyas

Javier Fornell

Tiengo miedo. Miedo real a lo que está por venir. Yo, que nunca he sabido mantener el pico cerrado y he dicho todo aquello que pienso sin pensar en las consecuencias que podría traerme, ahora ando acongojado, que es la forma fina de decir que ... no duermo por las noches pensando en lo que está por venir. Y es que mi porvenir tiene mucho que ver con lo digital y las redes sociales. Esa es la mejor herramienta que un escritor de provincias tiene para hacerse ver; pero además necesito hacerme ver para otras cuestiones profesionales. Ya se sabe: si no está en redes, no existe.

El problema, y eso es lo que atenaza mi entendimiento, es que la red de redes no es libre y de un plumazo pueden cortarte las alas y cerrarte las cuentas solo por una denuncia anónima de alguien con unas ideas contrarias a las tuyas. Y si eso le ha pasado al mismísimo presidente de los Estados Unidos imaginen que nos podría pasar a nosotros, seres mundanos del inframundo gaditano. A nivel de libertad de expresión, el hecho de que estos grandes empresarios de las redes sean capaces de silenciar las voces contrarias a su pensamiento es un paso más hacia el totalitarismo de una falsa progresía intelectual. Esa que no quiere que se opine en su contra ya que pueden quedarse sin argumentos para debatir. Que trata de uniformar mentalidades para aumentar su chequera.

En estas semanas pasadas, Twitter, Google y Facebook, con todo su entramado que controla casi cada minuto de nuestras horas, han silenciado a Trump y los suyos. Y lo han hecho primero incluyendo avisos de «posibles falsedades en sus comunicados» y luego borrando las cuentas. Y cuando muchos han dado el salto a Parler (una red alternativa), Amazon y Google la han retirado de sus servidores siendo imposible conectarse a ella.

Desgraciadamente, ese es el camino que comenzamos a tomar. El que conlleva acallar al que no piensa como yo. Hoy le ha tocado a Trump, mañana puede ser a Pedro Sánchez o a cualquiera de nosotros ¿Qué diremos entonces? Silenciar una opinión, por muy equivocada que pueda estar, es cercenar un derecho fundamental del ser humano: el de pensamiento. Pero, más peligroso aun, nos lleva a no poder confrontar ideas para llegar a un consenso y, por tanto, encontrar una vía alternativa en la que todos renunciemos a algo para todos ganar algo.

Así que sí, tengo miedo. Mucho miedo. Miro atrás y recuerdo que, después de la gripe española del 19, vinieron los locos años veinte y el alza de los totalitarismos que condujeron a esta vieja Europa a la guerra más sanguinaria de todas. La crisis económica que está siendo paliada por la Unión Europea puede evitar el derramamiento de sangre y, seguramente, nos conduzca a una mayor unión que vaya más allá de los aspectos económicos y laborales.

Pero el totalitarismo, de todo color, llama a nuestras puertas. Silenciar voces contrarias es el primer paso para la noche de los cristales rotos. Es cierto que ahora la forma de acallar al que piensa diferente también es diferente. Pero el camino, aunque diverso, nos muestra señales inequívocas de un futuro más negro que halagüeño.

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