Javier Fornell

De colas pandémicas

Tantas colas han formado los gaditanos que han demostrado que son verdaderos expertos de la espera en fila india

Javier Fornell

Que le gusta a un gaditano una cola. Ya sean para comprar una entrada al Falla o para ir a Carranza cuando el Cádiz se juega algo importante. Tanto nos gustan que recuerdo varias anécdotas verídicas, que diría Paco Gandía, sobre ellas. La primera, fue ... sonada y hasta televisada: la que se formó en torno a cierto restaurante de pizzas a domicilio el día que lo abrieron. Con largas colas que daban la vuelta a la manzana y vecinos con problemas para acceder a sus viviendas. Algo similar ocurrió, recientemente, con una tienda de cosméticos, en las que muchas jóvenes esperaron horas para conseguir su regalo.

La última es más desconocida. Más que nada porque no fue tan sonada, salvo las carcajadas posteriores. Les voy a poner en antecedentes: calle Ancha, un local a punto de abrir y tres amigos en la puerta del establecimiento hablando de un regalo. Apoyados los tres sobre el escaparate, absortos a lo que ocurría a su alrededor. Al cabo de media hora, convencidos ya del regalo a comprar, deciden marcharse y es entonces cuando salta la liebre. “¿Os vais? Estáis los primeros, os vais a quedar sin regalo”. Ante nuestra sorpresa (sí, yo era uno de los tres), se había formado una cola tras nosotros esperando un regalo imaginario en una tienda que no iba a abrir.

Y es que, en Cádiz, gustan las colas. El gaditano es capaz de montar el campamento en la puerta del muelle para entrar a un concierto y hasta consigue organizar timbas de bingo ilegal con sus vecinos de espera sin ningún problema, mientras trafican con “tuppers” de tortilla campera. Tantas colas han formado que han demostrado que en eso de la cola son verdaderos expertos de la espera en fila india.

Por eso, ahora, somos los mejores. Las colas en los supermercados, en las farmacias y hasta estancos son perfectamente ordenadas. Localizando el metro de separación entre personas sin ningún problema y con gran efectividad. Con simpatía y alegría, pero, y eso si se echa de menos, sin tanta conversación como antes. ¡Lastima! Las amistades forjadas en una larga espera en fila de uno son casi tan eternas como mi persistencia en las dietas de adelgazamiento. Siempre están ahí, pero pocas veces se usan.

También hay cosas positivas. En estas colas, de nuestra pandémica era, se debe mantener el espacio vital. Algo que no se solía hacer nunca y que algunos hemos sufrido a lo largo de nuestra vida. Lo bueno de mi físico es que mi barriga obligaba a mantener cierta distancia con los rostros; lo malo, que ando a la altura del sobaquillo medio español. Y eso, en aquellas colas de antaño, era un gran problema oloroso. Por eso, espero, de todo corazón, que lo que hemos aprendido en la fase 0 de hacer colas no se pierda en la fase 4, que es la 5, de nuestro plan de desescalada.

Como curiosidad, en otros idiomas no existe un verbo especifico para designar la acción de colarse en la cola. Aprendamos de los nórdicos y respetemos, que todos sufrimos los tiempos de espera.

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