Javier Fornell
Cádiz, la ciudad que acampa
La permisividad del Gobierno local ha llevado a Cádiz a ser una suerte de Woodstock sin música
Debe ser que Cádiz es tierra de festivales veraniegos, de esos en los que la gente se pasa una semana tirado en su tienda de campaña, disfrutando de la música, el ambiente y las gentes, y ajenos a la escasez de limpieza y la multiplicidad ... de olores. Unos festivales que nos han cogido desprevenidos a los gaditanos que, ignorantes de toda información sobre ellos, no hemos logrado ver la sutil diferencia que separa el macrofestival del verano kichienco de la aglomeración de sin techos que (a)campan a sus anchas por la ciudad.
Por nuestro clima benigno, siempre fuimos un lugar agradable para pernoctar al aire libre y eso hacía que cada verano un número al alza de ‘sintecho’ aparecieran en nuestras calles. Pero en los últimos años, y sobre todo en los tres últimos, la permisividad del Gobierno local ha llevado a Cádiz a ser una suerte de Woodstock sin música. Es complicado encontrar un lugar emblemático de la ciudad que no esconda a la vista tiendas de campañas y hasta hamacas colgadas entre los árboles de nuestras plazas.
Los fosos y las bóvedas de Puertas de Tierra, los bajos del Balneario de la Palma, los soportales de diversos edificios, como a la trasera de Capuchinos y ahora plazas céntricas como Canalejas o Candelaria se están llenando de tiendas de campaña, de ‘sintechos’ y de ‘veraneantes perroflaúticos’ que han encontrado acomodo en todos esos lugares ante la inacción del Ayuntamiento de la ciudad.
Y nótese que diferencio entre ‘sintecho’y veraneantes perroflaúticos. Los primeros han llegado a la calle por muchos motivos, rozando la indigencia ante la falta de ayudas reales de nuestras administraciones públicas. O bien por un deseo expreso (muchas veces acompañado de enfermedad mental) de quedarse en las calles incapaces de volver a reinsertarse en la sociedad. Por otro lado, tenemos esos veraneantes que aparecen al calor moderado de nuestra ciudad. Que se asientan en rincones, plazas y calles con un estilo de vida indigente, acercándose al mochilero underground de los ochenteros. Y, entre unos y otros, los lugares se vuelven intransitables, por los olores y la inseguridad generada.
Nuestro Ayuntamiento, con el alcalde a la cabeza, debería comenzar a trabajar un tema tan complejo en su origen como en su solución. Pero un problema que se debe resolver. Más ahora que se han levantado las prohibiciones de jugar a la pelota en las plazas (con cierto peligro para viandantes y paseantes cuando la educación no va a la par que el juego) y que los niños llenan las plazoletas.
Se supone que con esta medida se busca ganar espacios agradables, tranquilos y cercanos. Pero ¿qué padres dejarían a sus hijos jugar en un asentamiento chabolista? En Cádiz, por la idiosincrasia de la ciudad, no tenemos esos guetos aislados. Todo lo contrario, el chabolismo de tienda de campaña se está instalando en el propio corazón de la urbe. Y con ellos la suciedad, el vandalismo y la inseguridad en una ciudad que antaño fue la que sonreía y hoy es la que acampa.