Javier Fornell
Ansiedad
Esa sensación de no ver el final de un túnel en que la macroeconomía se ha olvidado de la economía doméstica
El 13 de marzo 2020 nos cambió la vida de forma radical. Palabras que eran inexistentes en nuestro vocabulario colectivo empezaron a coger peso en nuestro día a día: mascarilla, gel hidroalcohólico, coronavirus, Covid, Fernando Simón… fueron poco a poco adueñándose de nuestra existencia hasta ... ahora, un año después, cuando muchos ya no recuerdan que es dar un abrazo.
Pero, poco a poco, los aplausos se apagaron, las calles volvieron a recibir gente y la pandemia se convirtió en el pan nuestro de cada día. Ese pan que cada día le falta a más gente, los que están en ERTE que no se pagan, o los autónomos, como el que escribe, que ven sus sueños y esfuerzos parados de golpe. Esos que antes vivían bien y que ahora se agrupan en las colas del hambre de Cáritas esperando recibir un lote con el que sobrevivir una semana más. Otros, muchos, han contado con el apoyo de la familia para tirar adelante. Pero todos compartimos una sensación común.
Una sensación extraña, de la que poco se habla, pero que está presente en muchas noches: la ansiedad, la impotencia, los terrores nocturnos, los llantos incontrolados en la soledad de una casa silenciada. Esa sensación de no ver el final de un túnel en que la macroeconomía se ha olvidado de la economía doméstica. Y esa fatiga producida por horas de trabajo sin recompensa hasta ver en el suicido la única opción para sus familias.
Una sensación de la que poco se habla pero que ya se ha cobrado vidas, que se suman a las del Covid, y que se acrecienta según avanza el tiempo. Hace un año de la presencia de Pedro Sánchez en televisión anunciando un confinamiento y por el camino se han quedado miles de almas y miles de hogares rotos. Víctimas de una enfermedad que no se ha sabido atajar; pero también de unos políticos que han demostrado su inutilidad para con los ciudadanos. Desgraciadamente, en este año, se han dejado a la vista las miserias de esta sociedad. Una sociedad que no ha sabido dar respuesta a los males de millones de familias. Yo, que soy autónomo, tengo la suerte de no tener hijos, de tener una casera a la que jamás dejaré de agradecerle su gesto conmigo, y una familia que me ha apoyado todo lo que ha podido. Pero que me he tenido que entrampar para poder sobrevivir mientras los políticos se subían los sueldos y hablan de subirnos las cuotas. Esas que tenemos que pagar para poder trabajar en un país cerrado que no nos deja trabajar, pero nos cobra hasta asfixiarnos.
Yo he sobrevivido este año. Y cada día sigo levantándome a la misma hora y trabajando hasta las 2 o las 3 de la madrugada. Dejándome los ojos y el alma buscando una solución a mi problema y sabiendo que cualquier cosa que venga de este Gobierno será otra piedra en el camino. Pero, al menos, mi solución nunca fue una vía del tren ni una ventana abierta. Esa que ya han tomado tantos compañeros ahogados por una crisis que se ceba en los mismos sectores, como si el ocio y la hostelería fueran el mal hecho carne.