OPINIÓN
Lo invisible
La gente añora cuestiones que para otros pueden resultar una pesadilla
La nostalgia siempre es libre. La gente añora cuestiones que para otros pueden resultar una pesadilla: el frío, el calor, el trabajo, un Miura a metro y medio de los riñones entre las paredes de Santo Domingo. Hoy ha aparecido en el cancán de la ... campaña electoral Isabel Ayuso echando de menos los atascos de noche de Madrid. Todo cuando es pretérito es mejor. Ah, aquellos atascos de la noche de Madrid... Yo entiendo a Ayuso, porque yo de Madrid, hasta los atascos. Y sobre todo, las noches, ah, aquellas noches en el Cañí; cuando pinchaban copla y siempre había cola en el baño. Hoy la ciudad es otra, asquerosamente ordenada. Hay aviso de circulación densa en el centro derecha, eso sí, y adelantamientos peligrosos por el arcén. Hubo un tiempo que Madrid era una ciudad lo suficientemente salvaje como para que le escribieran canciones y no esta ciudad magdalena capital del muffin, este animal insultantemente domesticado como ‘Marius’, el falso toro de lidia al que le dan de comer ramitas los alegres chicos del Pacma cuando no están discurriendo si en el caso de salvar a alguien, elegirían a su perro o su madre. Como a algunos suicidas, a Madrid lo peor que podía hacérsele es salvarla.
Hay un túnel bajo la ciudad, yo estuve una vez allí. Me colé furtivamente como un explorador y viajé al centro de la tierra por el intestino delgado de la bestia. Madrid es una ciudad recorrida por un laberinto que une un ministerio, una incorporación a Velázquez, las estaciones de metro abandonadas y el sótano de Ciriaco donde Camba comía gallina en pepitoria. En ese pasadizo huele a goma, a vagón de metro y a humo de tubo de escape. Curiosamente hay corrientes de aire. Tipos con la cara tiznada de desdicha cocinan en hornillos hechos con latas de conserva los recortes de la grasa rancia que desechan los carniceros. Viven allí escritores vírgenes a los que nunca ya nadie publicará nada, un torerillo de Leganés, el bipartidismo, el mes de abril de Sabina, el día menos pensado del maestro Alcántara y el aire que llenaba su espacio, una candidatura olímpica de Ana Botella, la propia Ana Botella, y un amante con el que Isabel II cruzó la primera mirada bajo la inmensidad brumosa del espejo de Lhardy.
Bajo Madrid habita lo invisible. Allí se guarda todo lo que puede servir, por ejemplo, la recesión económica que viene y de la que nadie habla en los debates, las papeletas de los que van a votar a Vox y no se lo dicen a los tipos de las encuestas y los que van a votar a Vox y no se lo han confesado aún ni a sí mismos. Allí espera el tanto por ciento de Abascal el domingo y lo inesperado que todo el mundo espera.
Allí se ha mudado la candidatura a las europeas de Ángel Garrido por el Partido Popular. El ex presidente madrileño firmó anteayer en Génova, lo perdieron en el subterráneo y de pronto ha aparecido hoy en la sede de Ciudadanos peinado como un niño Seise de Sevilla en la Octava del Corpus. Hay gente sorprendida, pero hay que reconocer que Rivera llevaba días sacando cosas: un pergamino, una foto, un gráfico y ahora, un barón popular. En el PP sintieron el golpe de la bala antes de escucharla y se acordaban ayer de toda la corte celestial. Ellos mismos habían apartado al efervescente Garrido de la candidatura a la Comunidad. No se imaginaban cuánto.