Inmigrantes: jóvenes de segunda
La Junta debe tener un plan claro sobre cómo actuar ante la previsible llegada masiva este año de menores no acompañados
Este Viernes Santo es un buen momento para recordar lo que el Evangelio de Lucas dice en el segundo versículo del capítulo 17: «Mejor le sería si se le colgara una piedra de molino al cuello y fuera arrojado al mar que hacer tropezar a uno de estos pequeños». Sostienen los exégetas que supone el testimonio claro de la defensa de la infancia sobre toda consideración, algo de lo que también se ha hecho eco la ONU. Una defensa de la infancia que no conoce ni de color de piel, ni de origen ni de credo religioso. Una obligación moral que, en el caso de Andalucía, tiene un lunar en lo que a la gestión de los inmigrantes que llegan solos se refiere.
El hecho de despersonalizarlos bajo el nombre de ‘menas’ (menores no acompañados) no justifica las condiciones en las que se les aloja en nuestra provincia. Utilizamos el verbo alojar porque, según denuncia a Asociación Pro Derechos Humanos, su cuidado va poco más allá de proporcionarles un techo y un plato de comida pese a ser menores de edad y sufrir desarraigo, ansiedad y serios problemas de comunicación.
Los trabajadores de los centros en los que se acoge a estos chicos señalan que están a tope pese a que no ha llegado el verano, cuando se produce la gran avalancha de jóvenes. Denuncian que se mira para otro lado y que no se da una solución definitiva a un problema crónico del que se confía que se solucione por sí mismo. Ya alertan de que las situaciones de masificaciones vividas el año pasado irán previsiblemente a peor este 2018, según señalan las previsiones sobre migraciones de la Unión Europea.
En el reportaje que publica hoy LAVOZ, uno de los activistas de la Asociación Pro Derechos Humanos lamenta que la Junta se limita a cumplir la ley y que los cuidados que tiene con los menores nacidos en España están a años luz de las atenciones que se les brinda a los que llegan a la Península buscando un futuro. Y, sobre todo, se queja de que, en cumplimiento de esas leyes, a los niños (piense en su hijo, su sobrino o en usted mismo con 18 años) quedan en el más absoluto desamparo cuando son mayores de edad, vagando en busca de una oportunidad que se resiste porque a la carencia de formación y contactos se une la abundancia de prejuicios y rechazos. Que la falta de voluntad no sea para los jóvenes un nuevo Estrecho que cruzar y en el que pueden quedar a la deriva.