OPINIÓN

Oro, incienso y mirra

En tiempos líquidos, volver al origen nos proporciona certezas que permiten edificar un futuro mejor sobre pilares sólidos

C uando comienza un nuevo año – más aún cuando lo hace una década – nuestra mente se llena de propósitos y deseos que esperamos alcanzar en este periodo de tiempo recién inaugurado. Pero también, el hecho de cambiar de año y cambiar de década supone un ... salto hacia el abismo. Un salto hacia una nueva época que no sabemos qué nos deparará. Y es que en una sociedad que cambia tan rápido como lo hace la nuestra, en este mundo carente de certezas, es muy difícil predecir – sobre todo para quienes estamos aún por debajo de los treinta – en qué y cómo habrá cambiado nuestra vida de aquí al año que viene y mucho menos de aquí a diez años.

Recientemente, en un programa de radio en el que colaboro, pidieron, con el propósito de hacer balance del año, que relatásemos cómo creíamos que sería nuestra vida al final de 2020. Me costó responder a esa pregunta: más allá del clásico mensaje de desear tener salud y que los que te rodean también la tengan, más allá del deseo transversal de ser felices, es muy difícil tener una visión concreta de cómo será nuestra vida cuando finalice este año recién comenzado; porque lo que hoy parece seguro, como digo, quizás mañana, deje de serlo. El mundo de hoy es más dinámico y ha mejorado en multitud de ámbitos con respecto a épocas anteriores, pero es indudable que la vida, en general, se ha hecho mucho más compleja e impredecible de lo que era antes.

No obstante, las tradiciones – cada vez más denostadas por algunos - como la que hoy celebramos; la de los Reyes Magos, nos dan la oportunidad de recordar cuestiones que nos definen como sociedad. Mirar al pasado y volver al origen, por lo general y como decía la canción, no significa retroceder, sino que es un paso necesario para caminar hacia el saber. Un paso indispensable para encontrar alguna certeza en un mundo carente de ellas.

La historia de la humanidad y la historia de la religión católica están cargadas de símbolos que muchas veces desconocemos. En este caso concreto, que los «Tres Magos de Oriente» llevasen a Jesús, recién nacido en Belén; oro, incienso y mirra como regalos, no es casual. Es un símbolo que a día de hoy, aunque pueda parecer inverosímil, todavía tiene aplicación práctica. Posiblemente sea oro, incienso y mirra lo que nuestra sociedad; lo que Cádiz, Andalucía y España – por delimitar geográficamente ese concepto tan amplio de «sociedad»– necesite para encarar adecuadamente el 2020 y la década que ahora comienza. Quizás sea lo que los Reyes Magos nos tendrían que traer en el día de hoy.

El oro que, según cuentan, fue entregado por Melchor, es el más preciado de los metales. Se puede interpretar como el reconocimiento de Jesús como nuevo Rey. Por ende, el oro, es también, símbolo de riqueza y de abundancia. Algo que nuestro país, nuestra región y nuestra ciudad necesitan: generar empleo, generar actividades productivas que mejoren la economía y nos hagan una sociedad en la que todos sus ciudadanos vivan dignamente para que el Estado pueda costear los servicios públicos indispensables: la sanidad, las pensiones, la dependencia y la educación, entre otros. Para eso es fundamental que las políticas que se implementen favorezcan la acción empresarial y no la entorpezcan. El 2019 nos dejó una noticia fabulosa: Andalucía, la región que hasta hace poco parecía que estaría eternamente sumida en el pozo del desempleo y el estancamiento económico, comenzaba a crecer anualmente con un porcentaje sobre su PIB – 2,5% para ser exactos – superior al tanto porcentual con el que crece una nación tan solvente como es Alemania. No es casual: ciertos cambios estratégicos en la forma de hacer política que venía haciendo esta región han sido trascendentales para este milagro navideño. Profesionalidad en la gestión, innovación, competitividad e internacionalización como claves para que los Reyes Magos traigan poco a poco «oro» a esta tierra, pero para que, ojalá, también Cádiz y España se sumen a esta forma de entender la gestión de lo público.

Sin embargo, como se dice popularmente: sin dolor no hay gloria y sin sacrificio, no hay victoria. Y el segundo de los regalos, el que tradicionalmente se asocia al rey Gaspar; el incienso, además de representar la faceta divina del recién nacido, es signo inequívoco de sacrificio. Sacrificio que más tarde, ese mismo niño nacido en un pesebre, haría por la humanidad. Del que todos hacemos cada día para cumplir nuestras metas y nuestros sueños. El incienso es el olor que nos apasiona a todos los cofrades, pero también deberíamos tomarlo como un regalo para este nuevo año que nos invite a arrimar todos el hombro y con el sacrificio necesario, dejar a un lado las diferencias, y construir una ciudad mejor, una región mejor y un país mejor. Por desgracia, en política y en la vida en general, las cosas nunca salen solas: requieren esfuerzo además de abandonar la soberbia y el ego malentendido que cada vez se apodera más de nuestra sociedad. Pactar a veces es sacrificar poniendo el bien general por encima de todo.

Por último, la mirra, entregada por Baltasar, constituye el símbolo de que Dios se hizo hombre aquella Nochebuena de la que ya han pasado, aproximadamente, 2000 años y dos décadas. La mirra es un símbolo de humanidad, algo que todos a veces perdemos cuando nos centramos únicamente en nuestros intereses. Además también es el elemento con el que se embalsamaba antaño a los difuntos; una metáfora tremendamente necesaria en un mundo que olvida lo que otros hicieron por nosotros y las dificultades que en su momento se encontraron. Una sociedad que se empeña en airear – en la mayoría de ocasiones construyendo sus teorías sobre razonamientos y datos erróneos – etapas que parecían ya olvidadas y episodios de nuestra historia que, en teoría, se cerraron con el abrazo entre quienes fueron enemigos, hace más de 40 años. Ojalá esta nueva década nos traiga mirra para ser un poco más humanos, empáticos y para comprender mejor nuestro pasado y no banalizarlo. Parece ser que algunos se resisten a que sea así.

En tiempos líquidos, volver al origen nos proporciona, frecuentemente, ciertas certezas que nos permiten edificar un futuro mejor que, al menos, tenga unos pilares sólidos. Posiblemente sea difícil definir cuál sería nuestro plan idílico de vida de aquí al próximo año y más complicado aún de aquí a diez años. Sin embargo, hay cuestiones, además de la salud y de la felicidad de nosotros mismos y de quienes nos rodean, que todos deseamos que conforme el futuro se vaya acercando, se mantengan y en la medida de lo posible mejoren: estabilidad económica, vivir en un Estado seguro y eficaz para sus ciudadanos, que nuestros sacrificios diarios no sean en vano y contribuyan a mejorar nuestro entorno, además de tener un país, una región y una ciudad, que conozca su pasado, lo valore y sea agradecido con él para construir un presente mejor.

Podríamos pedir multitud de deseos a este nuevo año y a esta nueva década, pero el oro, el incienso y la mirra, dos milenios y dos décadas después siguen siendo un símbolo perfecto de lo que nuestro mundo necesita.

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