Valor y fuerza

Si una superpotencia militar decidiera invadir esta España dividida y acomodada, nos conquista en dos días, lo que tarda en llegar un convoy de 60 kilómetros de tanques desde los Pirineos a Madrid

Una patrulla de militares ucranianos vigilan la frontera con las regiones separatistas prorrusas. AFP

Póngase usted en el caso, hipotético, de que una superpotencia militar decide invadir España. Hoy mismo, por ejemplo, domingo 13 de marzo de 2022. Festividad de Santa Cristina de Persia, en el que también conmemoran su día Ramiro, Ansovino o Nicéforo, entre varios santos más. ... Y que por razones geoestratégicas que no vienen al caso, ninguna organización de países ‘aliados’ puede ayudarnos. Estamos solos, los 47 millones y pico de españolitos, ante un enemigo que nos triplica en número de efectivos militares y nos quintuplica en armamento. Misiles nucleares incluidos. Ni con todo el santoral rezando al unísono nos salvamos. Caemos en dos días. Lo que tarde un convoy de 60 kilómetros de tanques en llegar de los Pirineos a Madrid. En Cataluña sus actuales gobernantes los dejan pasar entre vítores. La presidenta del Parlament y la alcaldesa de Barcelona repartirían lacitos amarillos para colocarlos en la solapa de cada uniforme rival, desde el más alto general al último soldado raso. Y en Madrid, a las puertas del Congreso de los Diputados, les esperaría Gabriel Rufián con pegatinas de ‘Referèndum per la independència’ para adornar cada carro blindado. A estos linces del marketing político les da igual quien sea el enemigo. La ocasión la pintan calva y no iban a dejar pasar semejante oportunidad. El resto del país, antes de pronunciarse a favor o en contra de la guerra, esperaría a saber de qué palo van los invasores. Si pertenecen a un estado liderado por un dictador, la extrema izquierda se une a ellos de forma inmediata. En este siglo XXI que nos contempla los pocos sátrapas que van quedando defienden todos las mismas ideas comunistas trasnochadas. En caso de ser una potencia occidental al uso, iniciarían su particular ‘guerra’ en Twitter convirtiendo la palabra «fascistas» en ‘trending topic’. Y llegado el caso –de esto no me cabe la menor duda– si tuvieran la oportunidad de hacerse con un arma, no tendrían valor para utilizarla contra el invasor, pero sí que lo harían para dar rienda suelta a su odio, a su rencor, a su complejo de inferioridad. Aprovecharían para ‘ajustar cuentas’ con los propios españoles que no comparten su ideología extremista y radical. Que son –somos– la inmensísima mayoría. Harían lo mismo que hacen ahora con un megáfono, pero con una pistola en la mano.

Y esa inmensa mayoría de españoles dispuesta a defender su país sea quien sea el enemigo, se vería impotente, a la espera de que nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, dictara las pautas a seguir. Unas pautas que serían unas o justamente las contrarias en función de lo que en ese momento le conviniera políticamente a Pedro Sánchez. El Ejército –injustamente tratado por los diferentes gobiernos desde la Transición a nuestros días, pésimamente pagado y desde luego no adiestrado para este tipo de situaciones salvo unos pocos cuerpos de especialistas–, apenas podría plantar cara. Menos aún si tiene que alistar a jóvenes que sólo ven el mundo a través de Instagram y que aprovecharían los uniformes que les dieran para hacerse ‘selfies’ y grabarse vídeos en ‘Tik Tok’.

Esta es la España que tenemos. Una España tristemente dividida en bandos. Una España que, desde que vive en libertad y con el paso de las décadas, se ha ido acomodando, sin valorarla. Que de los tiempos de Zapatero a esta parte se ha dedicado mucho más a odiar que a respetar. A atacar que a unir. A destruir presente que a construir futuro. Una España en la que muchos observan –observamos– con envidia y admiración a esos cuidadanos de a pie que luchan hombro con hombro contra su invasor. Sin mirar a quién tienen al lado en la trinchera porque tienen la certeza de que es de los suyos. Independientemente de sus ideas políticas. Unidos por un bien común, el de su país. El de todos y cada uno de los ucranianos. Valor y fuerza para ellos.

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