Los tres pilares
Si este nuevo PP de Feijóo, Moreno y Ayuso llega algún día a gobernar, sus principales tareas serán enderezar el rumbo de nuestra economía y sacarnos de la absurda ideologización diaria en la que nos han metido la dupla PSOE-Podemos y Vox
De norte a sur pasando por Madrid. Hasta geográficamente le ha salido bien al PP la puesta en escena de su nueva etapa. Alberto Núñez Feijóo, Juanma Moreno e Isabel Díaz Ayuso son los pilares sobre los que se sustenta el Partido Popular de hoy ... en adelante. En economía básica, los pilares en los que debe basarse un proyecto que pretenda tener éxito son también tres: los recursos, las capacidades y los apoyos. Haciendo una traslación política, el PP –siendo como es uno de los dos grandes partidos de España– tiene recursos sobrados para concurrir a las próximas generales y pelearle la Moncloa a Pedro Sánchez. Las capacidades de sus tres bastiones están más que demostradas en sus respectivas circunscripciones, con amplias victorias en la urnas y una gestión solvente. Y en cuanto a los apoyos, al fin los populares, después de años de guerras internas y decisiones tomadas con las tripas, parece que empiezan a pensar con la cabeza y van todos a una. Feijóo tiene, literalmente, el apoyo de la totalidad de los integrantes de su partido. A partir de hoy le toca mirar hacia fuera, al resto de los españoles. A los que estamos cansados ya de tanta ideologización de absolutamente todo lo que hacemos, desde escuchar un tipo de música a nuestra forma de vestir. Necesitamos racionalidad. El precio de los carburantes no va a bajar etiquetando como fascista al dueño de un coche diésel. Ni el de la leche o el arroz llamando ultraderechistas a los transportistas. No. La inflación se reducirá con una buena política económica, bajando impuestos, moderando el gasto público. Y en eso, la historia de los últimos 45 años de nuestro país lo demuestra: la política económica del centro derecha es la más eficiente. Más gestión y menos ideología barata. Eso es lo que demanda ahora mismo el españolito medio, que es –somos– un 10% más pobre que hace un año. Ocurre que con ese empeño de la dupla PSOE-Podemos de insultar a nuestra inteligencia con todo tipo de moralinas adolescenteoides, lo único que hacen es alimentar el monstruo que tanto dicen detestar, que no es otro que Vox. Cada vez que Pedro Sánchez habla de acabar con los fascistas son tres mil votos más para Vox. Cuando a la vicepresidenta Yolanda Díaz se le llena la boca de expresiones como «cambiar la vida de la gente», «economía inclusiva» y otras sentencias tan grandilocuentes como vacías de contenido, quien se frota las manos es Santiago Abascal. Y ya no les digo la sonrisa de Macarena Olona cada vez que Irene Montero enarbola la bandera LGTBI o la del «escudo social verde». Parece que el populismo barato de izquierdas sólo se puede combatir con el que a priori sería su antítesis, el populismo barato de derechas. Pero en el fondo y de forma paradójica, ambos son exactamente lo mismo. Con lo cual se retroalimentan y entramos en el lamentable bucle que ahora mismo nos rodea y nos ha succionado hasta una muy peligrosa división social.
Combatir esta extrema absurdez de unos y otros desde la moderación, la tranquilidad, la corrección en las formas, la gestión y el trabajo serio es mucho más complicado. Más en estos tiempos que corren. Esa es la gran labor que tiene por delante Alberto Núñez Feijóo. Devolver a España al centro, a la sensatez. Aunar cuantas más sensibilidades mejor dentro del centro derecha y, poco a poco, cambiar extremismos por moderación, vísceras por cerebro, a la hora de hacer política. Y en el fondo le estará haciendo el trabajo también al PSOE moderado. A los millones de socialistas de centro izquierda que también quieren huir de esa radicalidad del actual Gobierno encabezado por Sánchez, pero que se ven atrapados por la obligación de ir de la mano de Podemos para poder gobernar. Alguien tiene que iniciar el camino de vuelta a lo que siempre ha funcionado, la alternancia PP-PSOE moderada. Sin extremismos. Sin gritos. Desde la buena educación y, sobre todo, la gestión racional de la cosa pública. Que buena falta nos hace.