"Quédese calladita"
Muchos políticos meten la pata y saben rectificar y pedir disculpas. Otros parece que lohacen queriendo para desviar la atención de lo realmente importante: su negligente gestión
En estos últimos días hemos asistido a varios episodios que resumen a las claras el nivel de buena parte de nuestra actual clase política. El primero de ellos lo protagonizó en el Congreso un parlamentario del PP de Huelva, Carmelo Romero, quien espetó un lamentable « ... vete al médico» a Iñigo Errejón tras concluir éste su argumentación sobre la estrategia de salud mental del Gobierno y la necesidad de doblar el número de psicólogos en la sanidad pública. Tras la polvareda levantada, pidió perdón al diputado de Más País y reconoció su metedura de pata. El segundo capítulo, en el mismo escenario, tuvo como protagonistas nada menos que a la ministra de Educación, la socialista Isabel Celaá, y a otro diputado del Partido Popular, Juan José Matarí. El representante almeriense defendía la necesidad de apoyar a los colegios de educación especial, contando la experiencia vivida con su propia hija, de 25 años y con síndrome de Down, quien tras estudiar en uno de esos centros, ha logrado una más que satisfactoria inclusión laboral y social. La respuesta de Celaá estuvo absolutamente fuera de lugar, nacida del desprecio y la prepotencia. Y para más inri, jaleada por sus compañeros de partido entre sonoras risotadas. Horas después, consciente también de su inaceptable comportamiento, telefoneó a Matarí para presentarle sus excusas. Aún no lo ha hecho, que se sepa, por afirmar que los hijos no pertenecen a los padres. Pero esa es otra historia.
El tercer capítulo de este serial ocurrió el pasado viernes, mucho más cerquita de aquí, en San Juan de Dios. Resumen rápido. En la habitual junta de portavoces previa a los plenos se acuerda suspender provisionalmente una propuesta sobre el servicio de taxis. En esos casos, al no haber debate, quien lee el texto protocolario es el secretario municipal. Pero el alcalde de Cádiz, ‘one more time’, se lo salta a la torera. Le da la palabra a su socio de Gobierno, Martín Vila. ¿Para qué? Para que aproveche y suelte la perorata ideológica de turno utilizando su tribuna pública como si estuviera en una asamblea de instituto. Las representantes de PP y PSOE protestan y Kichi les corta el micrófono. Carmen Sánchez, portavoz popular, lo abre. Kichi lo vuelve a cortar. Y le espeta: «Quédese calladita». El comentario, dirigido a una mujer, no es casual. Ha tenido numerosos rifirrafes con otros contendientes políticos, hombres, y jamás se dirigió a ellos con semejante tono. En realidad tampoco es una falta tan grave. Sin duda la dictadura de lo políticamente correcto lo magnifica. Ocurre que son ellos precisamente quienes dan la tabarra todo el santo día con eso. Y en cuanto se relajan, en cuanto les sale el ‘yo’ real que llevan dentro, canta la gallina.
La clave de todo esto es que la diferencia entre los dos primeros capítulos y este último radica en que el alcalde de Cádiz, por supuesto, no ha pedido perdón. Ni lo hará. Ni tampoco esperen que las súper feministas de su partido le exijan que lo haga. Y otra de las diferencias es que aquí no pasa nada. Nadie alza la voz, sólo la interpelada. Cádiz está anestesiada. Entre otras cosas porque este tipo de episodios tapan lo realmente importante. Por ejemplo, que no salió adelante la nueva relación de puestos de trabajo municipal porque los anticapitalistas quieren modelarla a su antojo. Tampoco se pone la lupa en la denuncia de toda la oposición por el lamentable estado de conservación de la ciudad. Todo eso, por lo visto, también es otra historia. Que al gaditano no le interesa.