Una punzada de miedo y de rabia
Alguien tendrá que responder en un juzgado por los millones de mascarillas defectuosas proporcionadas al personal sanitario
Juan –pongamos que se llama Juan y es enfermero– lleva ya cerca de dos meses peleando contra el coronavirus en la UCI del hospital Puerta del Mar. O en el de Puerto Real. Da igual. El de Jerez. El de La Línea. El que usted ... quiera. Son muchos ‘Juanes’ de los que les hablo y ninguno puede hablar públicamente ya que están bajo amenaza de sanción disciplinaria. Lo que no pueden decir a cara descubierta es que a todos ellos les dieron mascarillas que no servían para nada. Que no les protegían del contagio. Que las usaron durante semanas. Tanto protocolo, tantas horas con el equipo de protección individual –el ya famoso traje EPI– tanto sudor, tanta precaución al llegar a casa... para que al final las mascarillas fuesen, literalmente, de los chinos. Imagínese por un momento su angustia. Nuestro Juan tiene perfectamente claros los riesgos que conlleva su profesión. Y pese a ello tuvo dudas. Al principio sobre todo. Las tuvo porque es humano. Se planteó si merecía la pena el sacrificio, el riesgo. Se le pasó por la cabeza anteponer a sus hijos, a su pareja, y decir que se encontraba mal. Que no estaba disponible para ir a trabajar. Cualquier cosa antes que jugársela en esta pandemia. Algunos compañeros lo habían hecho, no todos son héroes. Más de uno se quedó en su casa, sobre todo al principio, cuando la incertidumbre y el miedo lo invadía todo. Otros se encerraron en sus consultas y no se les vio el pelo por los pasillos del hospital en varios días. No todos dieron un paso adelante cuando se pidieron voluntarios para la planta de aislamiento. Muchos sí, la mayoría. Entre ellos Juan. Lo que no se imaginaba es que le iban a mandar a tratar pacientes con coronavirus sin la protección adecuada, como no se imagina a un policía en una redada sin chaleco antibalas o a un soldado en la batalla sin un fusil. Pero ocurrió. Llegó la circular que ordenaba retirar de inmediato las mascarillas Garry Galaxy, las de la bolsita verde. Un análisis determinaba que no protegían contra el virus. Nuestros ‘Juanes’ sintieron una punzada de miedo al principio y de rabia e impotencia después. Podían estar contagiadon. Todos. Y sus familias. Y los pacientes a los que también habían tratado en la UCI por otras patologías que nada tienen que ver con el Covid–19. Enfermos con infartos, con ictus... que entraron sin ‘bicho’ y ahora podrían tenerlo por una negligencia como pocas se han cometido durante esta crisis sanitaria. Y mire usted que las ha habido.
Cuando todo esto pase, cuando se estabilicen los datos, cuando los contagios y los fallecidos sean cero, alguien tendrá que dar explicaciones. Alguien deberá tirar del hilo hasta llegar al inicio de todo. A cómo pudo ocurrir que se compraran millones de mascarillas defectuosas y se distribuyeran por hospitales de toda España, muchísimas de ellas en la provincia de Cádiz. Y tendrá que responder no en una comisión parlamentaria, sino en un juzgado, con una querella criminal. Porque su negligencia ha costado vidas, eso es seguro. No sabremos cuántas. Pero una sola es suficiente.