Populistas... y peligrosos
De nada sirve llorar, gritar y exigir; en situaciones excepcionales hay que saber gestionar, y el alcalde de Alcalá del Valle no solo no lo ha hecho sino que ha entorpecido la labor de las autoridades competentes poniendo a muchas personas en peligro
Rafael Aguilera Martínez, así se llama. Rafi, así le conocen en su pueblo. En Alcalá del Valle. En su pueblo y ahora en buena parte de España. Seguro que usted lo habrá visto estos días, a raíz de la triste noticia del contagio masivo de ... trabajadores y ancianos de la residencia alcalaína, que finalmente han tenido que ser traladados a La Línea de la Concepción. Y seguro que ha empatizado con él. Porque a Rafi le hemos visto llorar y gritar en sus vídeos de Facebook o en la puerta de la residencia. Con su gabardina transparente, con los ojos anegados en lágrimas. Exigiendo justicia. Y por si tenía usted dudas, su homólogo en la capital gaditana le ha dedicado una de sus emotivas epístolas con frases como «vecinos y vecinas de Alcalá, lleváis una vida entera construyendo vuestro futuro con la espalda y los sudores». O esta, que no tiene desperdicio: «Tus lágrimas Rafael, alcalde, las siento como propias. Lágrimas de impotencia, lágrimas de una soledad que sólo conocemos quienes nos entregamos en cuerpo y alma al municipalismo». Como para no llorar. Como para no empatizar. Como para no jurar en arameo y exigir a esa Junta asesina y despiadada y al Gobierno cómplice que no dejen morir allí a los ancianos de forma inmisericorde. Porque eso es lo que ha dicho. Y eso es lo que sus palmeros le han aplaudido, llorando con él, sintiendo sus lágrimas como propias.
Sin embargo, si rascamos un poco en esta historia, veremos que la realidad es muy distinta. Si tratamos de analizar la situación con la perspectiva necesaria y sin dejarnos llevar por populismos baratos y peligrosos, comprobaremos que, en primer lugar, la gestión de la residencia La Pasionaria –sólo su nombre ya nos desvela muchas cosas– corresponde al Ayuntamiento. Es decir, que cuando se produjeron los contagios, la responsabilidad era fundamentalmente suya. De Rafi. Y cuando dieron aviso a las autoridades autonómicas, ya estaban contagiados prácticamente todos los trabajadores y los ancianos. Antes no se había puesto en la puerta a gimotear. Y cuando la Junta se hizo cargo de la situación, Rafi no sólo no ayudó, sino que entorpeció su labor. Se siguió paseando por allí como si nada hasta que la Guardia Civil se lo prohibió. Y para colmo se negó a hacerse la prueba pese a haber estado en contacto con todos los contagiados. En definitiva, su gestión de la crisis se limitó a ponerse histérico y lloriquear. Eso sí, por lo visto es «muy buena gente». Admirador del Ché Guevara, defensor del campo, comunista de toda la vida. De la cuerda de Cañamero, del alcalde de Marinaleda y del concejal de Hacienda de Cádiz, José Ramón Páez. Tan buena gente como ineptos. En absoluto conscientes de que, en estas circunstancias, su ineptitud es muy peligrosa. Tanto que cuesta vidas. Desconocedores de ese principio tan básico y universal que reza aquello de «si no vas a ayudar, al menos no estorbes».