Los políticos infames
El papel que está jugando el gaditano Juan Carlos Campo como ministro de Justicia en el Gobierno de Sánchez, como el de otros muchos dirigentes socialistas, provoca bochorno
Como cualquier colectivo humano, los gaditanos también tenemos nuestro orgullo patrio. De hecho, en general lo tenemos bastante desarrollado. No llegamos, afortunadamente, al ‘ombliguismo’ del sevillano, pero también nos gusta pensar que tenemos cosas comunes de las que enorgullecernos. De hecho, sin miedo ... a ser tildado de exagerado, se puede afirmar que nuestras son las mejores playas del mundo, las puestas de sol más espectaculares, el carnaval más divertido y desenfadado. Y qué decir de la afición futbolística... no hay otra como la amarilla. Pero no todo van a ser intangibles. Por supuesto, también hay personas con nombres y apellidos que llevan o han llevado el buen nombre de nuestra provincia por toda España y el globo terráqueo. Manuel de Falla, Rafael Alberti, José María Pemán, Camarón, Lola Flores, Rocío Jurado, Paco de Lucía... Algunos incluso ni siquiera son gaditanos, pero como si lo fueran, los ‘adoptamos’ a nuestra conveniencia, como Mágico González o Alejandro Sanz. Y tampoco va a ser todo ocio y folklore. Tenemos gaditanos que han llegado lejos en asuntos más serios, como la política. Responsables públicos gaditanos ha habido muchos a lo largo de la historia. De la reciente, sin duda, el principal, José Pedro Pérez–Llorca, un gran desconocido para la inmensa mayoría de los españoles, pero un hombre fundamental para el progreso de España por el papel que jugó como uno de los padres de la Constitución .
Bajando algún escalón, a todos nos alegra cuando alguno de nuestros vecinos es nombrado para algún cargo importante. No tanto porque creamos que va a ‘barrer para casa’, algo que en realidad casi nunca ocurre. Simplemente por ese orgullo colectivo, ese sentirnos todos importantes proyectándonos en una persona concreta. S in embargo, también puede ocurrir al revés. Afortunadamente pasa menos, pero pasa. Puede ocurrir que un gaditano sea nombrado ministro. De Justicia, por ejemplo. Y de esa alegría inicial como ‘gadita’ pases al mayor de los bochornos por compartir origen con alguien que justifica abiertamente la mayor humillación a la que se ha sometido a Felipe VI desde que accedió al trono de España. Que piensa que los magistrados catalanes se han pasado «tres montañas» por corear un «Viva el Rey». Que impulsa también los indultos de presos que han tratado de romper –y seguirán tratando una vez sean puestos en libertad– la unidad de nuestro país. Que ha provocado un absoluto caos en la Justicia durante los meses de desescalada. Que afirma que la trayectoria de Dolores Delgado para llegar a Fiscalía General ha sido «impoluta». Un ministro que ya apuntaba su talante cuando, siendo diputado, utilizó a víctimas de asesinatos para oponerse a laprisión permanente revisable. Y lo más triste es que es muy posible que el propio Juan Carlos Campo no esté, en el fondo, de acuerdo con muchas de las ideas que ahora defiende, pero ha de tragar esos sapos para mantenerse en el poder. Como tantos dirigentes socialistas hoy en día. Que callan, y con su silencio otorgan legitimidad a un Gobierno que lo único que provoca es bochorno.
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