Permítame que discrepe
Vivimos malos tiempos para el debate pausado, para la discrepancia desde el respeto. O estás conmigo o contra mí. Dialoguemos, con un café por medio, aunque no alcancemos consensos plenos
Vivimos tiempos de polarización. De división. O estás conmigo o estás contra mí. O defiendes mis valores o eres un fascista o un comunista, según el caso. Las razones de esta división de la sociedad –mundial, europea y española– son varias y complejas. Pero al ... igual que ha ocurrido a lo largo de la historia, desde el inicio de la Edad Antigua con la invención de la escritura a las polis griegas, desde la caída del Imperio Romano a la Revolución Industrial, siempre está como telón de fondo la economía y sus múltiples repercusiones en la sociedad. Sin embargo, en este nuevo –o no tan nuevo ya– siglo XXI se ha introducido, nos han introducido, un elemento perverso que ha acelerado y potenciado hasta el infinito la enorme brecha social que vivimos en la actualidad: las nuevas tecnologías. Desde que en la prehistoria el ser humano inventó las armas con el objetivo de cazar y uno de ellos decidió utilizarlas contra otro ser humano, jamás se había hecho un uso tan perverso de una herramienta que, en principio, es un invento excelente. No me refiero a la inteligencia artifical, la robótica o el big data. El problema está en las tecnologías aplicadas a la comunicación, en las redes sociales.
El uso que hacen de ellas millones de personas, reflejo del que hacen miles de políticos, nos ha convertido en una sociedad sectaria, exaltada, formada por un número elevadísimo de personas intransigentes, incapaces de empatizar lo más mínimo con aquel con el que no están de acuerdo. El anonimato, o simplemente el hecho de no debatir cara a cara físicamente, acentúa este fanatismo. Pocos, muy pocos, de los que pontifican desde una pantalla ‘largando’ auténticas barbaridades, se atreverían a decirlo en persona. La cobardía también tiene un papel protagonista en este proceso que vivimos hoy día. Obviamente no todos los usuarios de redes sociales actúan así. Ni todos los políticos. Pero sí lo hace un número suficiente de ellos como para que la sensación sea la de que es mayoritario. Por ir a lo concreto. Podemos, por un lado, y Vox, por otro, hacen mucho más ruido que cualquier político moderado de cualquier otro partido. Son los verdaderos interesados en crear este caldo de cultivo. Necesitan gritar, escribir con mayúsculas, para justificar su razón de ser. Y a miles de seguidores detrás multiplicando sus mensajes, haciéndolos virales.
Malos tiempos, pues, para la moderación. Para el debate pausado. Para exponer argumentos y sacar conclusiones. Tiempos imposibles para cambiar, siquiera matizar, una opinión, pues se entiende como una debilidad y se acentúa aún más el ataque. Con lo enriquecedor que es discrepar, contraponer ideas y, pese a no alcanzar consensos plenos, al menos acercar posturas. Debatamos cara a cara, aunque sea con mascarilla. Charlemos, dialoguemos y respetémonos. Permítame que discrepe. Yo invito al café.