No es el fin del mundo
En estos momentos es fundamental la prudencia y la concienciación, pero sin caer en alarmismos ni histerismos
No es el fin del mundo. Ya está bien. Concienciación y responsabilidad, toda. Histerismo no. A lo largo de millones de años, la humanidad ha padecido infinidad de epidemias y pandemias. La peste, el cólera, la lepra, la viruela, el sarampión, el tifus, la fiebre ... amarilla... O más recientemente el VIH, el ébola o la gripe. Casi todas ellas causaron millones de muertes. Pero al final, el ser humano siempre salió victorioso. Y salvo que la tierra nos tenga reservada a corto plazo una nueva glaciación, aquí seguiremos. Incluso en ese caso hay estudios que aseguran que ya el hombre fue capaz de sobrevivir a las últimas. Conviene recordar todo esto para poner en contexto el momento que vivimos actualmente. El Covid–19 es un virus agresivo, pero se le vencerá. Ocurre que es ‘nuestro’ virus, con el que nos ha tocado convivir a los que en estos momentos habitamos el planeta. Y ocurre que el miedo –sobre todo a lo desconocido– es intrínseco a nuestra propia naturaleza. De ahí todo lo que estamos viviendo. Fundamentalmente esta última semana. Y lo que aún queda por venir. Así que por encima de alarmas innecesarias y de dejarnos llevar por el nerviosismo, lo que procede es dejarnos guiar por los especialistas y aportar cada uno nuestro grano de arena para que nuestra victoria sea lo más rápida y lo menos dolorosa posible.
Una vez lo logremos, será el momento de reflexionar, de analizar qué hicimos mal para no repetirlo y qué hicimos bien para establecer nuevos protocolos de actuación basados en esta experiencia. Y será el momento también de valorar lo que tenemos. La maravilla de planeta en el que vivimos. Aunque mucho me temo que nos durará poco. La alegría, digo, no el planeta. Volveremos a nuestras rutinas y se nos olvidará que somos simples organismos a merced de cualquier patógeno. En manos de la naturaleza, que nos recuerda que aquí estamos de prestado. Que si a ella le da la gana, nos elimina de un plumazo. Y que debemos estar preparados para combatirla cuando ocurra. Pendientes no sólo de virus y pandemias, sino de cualquier catástrofe natural.
Sin caer en el tremendismo, es cierto que nos acechan muchos peligros. Desde volcanes a terremotos o tsunamis. Muchas veces hemos insistido que aquí, en el sur de España, en cualquier momento se repetirá lo que ya ocurrió hace 265 años. Y no tenemos un plan que nos proteja mínimamente. O al menos que nos ayude a paliar los devastadores efectos de un tsunami que llegará. Y que será infinitamente más letal que nuestro actual problema. Tristemente, lo que sí pudimos comprobar ayer –en plena crisis nacional– de forma vergonzante y dolorosa es que nuestros actuales líderes, nuestro consejo de ministros, es una calamidad. Sólo por el hecho de tener a todo el país en vilo durante más de 24 horas deberían dimitir todos. Pero no lo harán. Y la pandemia pasará. Y volveremos a Franco, a las miembras y demás estupideces. A cualquier cosa menos a lo importante.
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