La mirada de aquel niño
Fue el primero en bajar del autobús procedente de Ucrania y sus ojos reflejaban una mezcla de cansancio, felicidad, preocupación y sorpresa
Una mezcla de cansancio, felicidad, preocupación y sorpresa se reflejaba en su cara. Es solo un niño. Fue el primero en bajar del autobús que llegó a la provincia de Cádiz, procedente de Ucrania, en la noche del pasado jueves. Cansancio lógico tras un largo ... viaje que no comenzó al subir a aquel autocar, sino cuando tuvo que abandonar apresuradamente su casa junto a su madre y hermanos para dirigirise a la frontera con Polonia. Felicidad por saber que inicia una nueva vida, o al menos una nueva etapa, en un país en el que no suenan sirenas antiáereas, ni explotan edificios ni hay que refugiarse en búnkeres subterráneos para seguir vivos. Y también porque ha conseguido esquivar a las mafias que están aprovechando su triste situación para captar a mujeres y niños a los que –en caso de caer en sus garras– les espera una vida aún más dura que la de la guerra. También sentía preocupación, claro. Atrás deja a familiares y amigos a los que no sabe si volverá a ver algún día. Todo esto no puede racionalizarlo del todo, es muy pequeño aún. Pero lo siente dentro, pegado a su alma, en una sensación que no sabe describir. Sensación que se mezcla también con la sorpresa por el recibimiento al llegar a Chiclana, con aplausos, cámaras de televisión, periodistas y globos amarillos y azules. Los colores de la bandera de su país. Ese niño no tiene edad para entender los motivos por los que Vladimir Putin ha decidido invadirles. Ni por qué su padre se tiene que quedar allí y no pudo subir con él al autobús. Sólo sabe que en su familia aún están muy presentes las secuelas de un accidente nuclear ocurrido en Chernóbil hace más de 30 años. Que prácticamente desde que tiene memoria ha tenido que ir al colegio y a jugar con sus amigos con una mascarilla por una pandemia mundial. Y que ahora, cuando apenas ha cumplido diez años, una guerra le han separado de esos amigos y de la mayor parte de su familia.
Ojalá ese niño pueda regresar pronto a su tierra, a su casa, y tener, de una vez, una vida normal. Por desgracia no parece que eso vaya a ocurrir. Al menos a medio plazo. Y es muy probable que dé el paso a la adolescencia y posteriormente a la juventud aquí, entre nosotros. Madurará pronto, obligado por sus terribles circunstancias. Quizá empiece a encontrar respuestas a muchos de esos interrogantes que ahora mismo no alcance a entender. Y por puro contraste, tampoco comprenderá lo que vea a su alrededor. Difícilmente entienda cómo aquí, en España, hay demasiada gente incapaz de valorar lo que tenemos. Libertad para decir lo que pensamos sin temor a ser encarcelados. Oportunidades para elegir nuestro futuro. Seguridad para ser atendidos si sufrimos el más mínimo percance de salud. Protección social si vienen mal dadas. Infraestructuras modernísimas, sol, playa, ocio, gastronomía, cultura, turismo... una calidad de vida impensable para la inmensa mayoría del resto de países del mundo. Es España. Es Europa. Justo lo que su país quiere ser y por lo que está siendo invadido. Ese niño no alcanzará a descifrar los motivos por los que algunos políticos españoles –incluso de los/las que ocupan cargos de altísima responsabilidad en el Gobierno– pretenden acabar con todo ello desde dentro, con discursos retorcidos y cargados de odio y rencor. Utilizando la palabra ‘fascismo’ a la ligera. Qué sabran ellos lo que es el verdadero fascismo. No asimilará por qué una mitad de los españoles se empeña en acabar con la otra mitad por el simple hecho de entender la vida, la política, de distinta manera. Y quizá albergue el temor de que un día esta España que le recibió con los brazos abiertos acabe como la Ucrania que le vio nacer: devastada. Pero esta vez no será por culpa de un oligarca de otro país. Será aún más triste. Será una autodestrucción cuyo germen fueron las retorcidas mentes de unos políticos y activistas tan ruines como mediocres.