Kichi y señora

A ver si, de una puñetera vez, el alcalde de Cádiz y su mujer hacen caso a su camarada Rufián, se dejan de tanta moralina y empiezan a militar en la utilidad

Teresa Rodríguez-Rubio y José María González, durante el acto del viernes con el pueblo gitano. FRANCIS JIMÉNEZ
Ignacio Moreno Bustamante

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Viernes pasado. Doce del mediodía. Kichi le pone una calle al pueblo gitano. Bien está. Mucho ha tardado. Sonríe. Se hace fotos con los representantes de la comunidad romaní. Sigue sonriendo. Hace una declaración grandilocuente, de las que le gustan y –a entender de los ... suyos– tan bien se le dan. «Aquí nos gusta cambiar nombres de calles... tenemos esa manía, la de hacer justicia y eliminar del callejero nombres de asesinos y genocidas, de gente que ha perseguido a los demás». No atiende preguntas de los periodistas. El que venía a cambiar la forma de hacer política, el de la transparencia y las paredes de cristal, no quiere hablar de otros asuntos. Ha ido a lo que ha ido. Y sigue a lo suyo. Afirma que tuvo conocimiento de la «opresión del pueblo gitano cuando, con 15 años, el disco ‘Persecución’ de El Lebrijano llegó a mi casa». Aplausos. Más sonrisas. Hay otros temas a tratar: la venta del estadio, el proyecto del Cádiz en los terrenos de Delphi, el riesgo de pérdida de fondos Edusi por la falta de proyectos, el contrato de la basura… No habla. De la gestión de la ciudad no habla. Ese día, como el 90% de sus días, la agenda del alcalde está reservada para asuntos que nada tienen que ver con su trabajo como primer edil del Ayuntamiento de Cádiz. Está marcada para utilizar su cargo como altavoz y esparcir su ideología. En este caso a costa del pueblo gitano. Apropiándose del mensaje. Cómo si sólo él fuera consciente de la persecución que han vivido durante siglos. Cómo si sólo gracias a él y los suyos semejante injusticia histórica fuera a acabar. Como si en otros ayuntamientos –el de El Puerto sin ir más lejos, gobernado por los ‘peperos’– no estuvieran haciendo lo mismo a la misma hora. Da igual. Sólo importa su relato. Él, y sólo él, lo sabe bien. Lo escuchó en un disco de ‘El Lebrijano’ a los 15 años. Y eso marca. Y si no son los gitanos será cualquier otro tema recurrente. El fascismo, la ‘lgtbifobia’, el patriarcado, las energías renovables, la clase trabajadora, la corrupción… Esta semana ha tenido carnaza de sobra. Una bronca con Macarena Olona por su «apropiación cultural» del Carnaval. Y, por supuesto, la presunta estafa con las mascarillas en Madrid. Imagínese: contratos millonarios en plena pandemia. Comisiones ilegales. El primo del alcalde Martínez-Almeida. Un patético arístócrata venido a menos involucrado. Coches de lujo, yates, ‘pelucos’ de oro… todos los ingredientes para sus vómitos verbales. Las redes sociales de Kichi echan humo. Y como además las elecciones andaluzas están a la vuelta de la esquina, en este encuentro con el pueblo gitano hay una invitada de lujo: su mujer. Teresa Rodríguez-Rubio también participa en el acto. Nadie sabe qué pinta allí. Quizá esté en calidad de ‘Primera Dama’ del Ayuntamiento. O como una vecina más del barrio de la Viña, aunque sea parlamentaria andaluza por la provincia de Málaga. O quizá, vaya por Dios, para aprovechar los flashes y los micros de un acto estrictamente municipal para hacer campaña de su partido. Porque, mire usted por donde, ella sí atendió a la prensa. Y lo hizo para arremeter contra el gobierno andaluz, obviamente. En lugar de decirle a su marido que hay calles que están vergonzosamente parcheadas y apenas se puede circular, que por las noches la oscuridad se apodera de la ciudad, que el servicio público de autobuses es de los más viejos y defectuosos de España, que los gaditanos siguen yéndose por miles cada año… no, lo que vino a decir es que Juanma Moreno está mareando la perdiz con la fecha de las elecciones.

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