Justificar la violencia

«Los medios violentos nos darán una libertad violenta». Mahatma Gandhi.

Un momento de los disturbios vividos en el Río San Pedro el pasado jueves Nacho Frade

«Los medios violentos nos darán una libertad violenta». Mahatma Gandhi. Político y pensador indio (1869-1948) . Vivido lo vivido en Cádiz estas dos últimas semanas, la pregunta evidente se puede formular de mil maneras, aunque la respuesta siempre debería ser la misma. ¿Violencia ... sí o violencia no? ¿Justificamos, en nombre de la «lucha obrera», todo lo acaecido? ¿Aceptamos que hayan ardido coches, contenedores, neumáticos y todo tipo de objetos a escasos metros de una guardería, de un instituto y hasta de una gasolinera? ¿Era necesario lo vivido en la carretera industrial, en las puertas de las factorías, en plena Avenida, en la barriada Río San Pedro? ¿Hacía falta apedrear, insultar, vilipendiar, amenazar y denigrar a otros trabajadores como los agentes de la Policía Nacional para conseguir un 0,5% más de sueldo en la negociación del convenio del Metal? ¿Mereció la pena sumir a varios municipios en el más absoluto caos? La respuesta parece fácil. Un no rotundo. Sin embargo, uno de los más tristes posos que nos deja este último episodio de la historia reciente de Cádiz es comprobar que, para una amplia mayoría, todo esto parece justificado. Se da por válido. «Lucha obrera». «Dignidad». «Justicia salarial». Al parecer, cualquiera de estos paraguas –debidamente tergiversados y manipulados– sirven para resguardar y proteger, para dar carta de naturaleza, a todo tipo de acciones fuera de la ley. Para algunos no es suficiente el derecho a la huelga, a manifestarse libremente, a la protesta, a exigir lo que se considera justo por la vía del diálogo. Las mesas de negociación no son herramientas válidas. Hay que ir un paso más allá. Hay que recurrir a la violencia. Porque ya se sabe que todos los empresarios son explotadores, avaros, mezquinos. Desde el presidente de una compañía multinacional a Ramón, el dueño del taller de su barrio. Todos. Sólo merecen que ardan sus negocios. Y los policías. ¡Ay los policías! Sin duda, los que peor parados han salido de esta crisis. Sus salarios están, en muchísimos casos, por debajo de los de los «compañeros del Metal». Durante diez largos días han aguantado todo tipo de vejaciones. Cientos de agentes, que han actuado con una profesionalidad ejemplar, sin caer en las provocaciones. Pero basta un vídeo en redes sociales –de apenas segundos y carente de contexto– de un agente golpeando a un señor que también le agrede, para demonizarlos a todos. Para convertirlos en represores.

Es evidente que la inmensísima mayoría de los trabajadores del Metal no han recurrido a la violencia. Que han exigido sus derechos de forma pacífica. Que los radicales eran una minoría. Pero también es cierto que la práctica totalidad de ellos han callado. Y no sólo ellos, la sociedad en general. Miles de personas han mirado para otro lado. No hemos oído apenas voces condenando tanta infamia, tanta vulneración de la Ley. Les han dejado hacer. Unos porque les podía interesar de cara a la negociación. Otros por miedo. Otros por desidia. Y lo más patético, otros no solo lo han justificado sino que lo han alentado. A gritos. Con discursos más propios del siglo XVIII que del XXI.

¿Violencia sí o violencia no? La pregunta es fácil. La respuesta debiera serlo. Pero al parecer para muchos existen matices. Peligrosísimos matices. Y eso nos degrada como sociedad. Mucho más que cualquiera de las excusas que esgrimen para justificar sus métodos. Por más que algunos se empeñen, los grandes avances de todas las sociedades, los más sólidos, siempre se han logrado por la vía del diálogo, del entendimiento, de la palabra. Ejemplos hay millones. Pero sorprende que a estas alturas haya quienes, aún sin ejercer la fuerza directamente, considere necesario que otros sí lo hagan para alcanzar sus fines.

«La violencia es el último recurso del incompetente». Isaac Asimov. Escritor y bioquímico estadounidense. (1920-1992).

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