Jueces y parte

Algún día Kichi y sus concejales serán historia y el legado que dejarán será un reguero de confrontación, unas placas retiradas y el cambio de nombre de un teatro que no construyen y de un estadio que empieza, literalmente, a caerse a cachos

El alcalde de Cádiz y sus concejales, en una rueda de prensa en el Ayuntamiento. A. V.
Ignacio Moreno Bustamante

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¿Recuerda usted a María Romay? Sí hombre, aquella joven concejala del primer mandato de Kichi que se disfrazaba de Diosa Gades. La misma que un día pontificaba sobre la escuela pública y al siguiente organizaba un concurso de carnaval que daba gloria verlo. O ... que argumentaba de forma irrebatible sobre lo inapropiado de poner luces de Navidad en las calles por ser un evidente síntoma del capitalismo más recalcitrante. Hubo un tiempo, aún muy cercano, en que fue indudable protagonista de la vida política gaditana. ¿Dónde estará ahora? ¿Y Adrián Martínez-Pinillos? Aquel joven e impulsivo compañero suyo que dirigió la concejalía de Deportes sin haber pisado previamente en su vida un pabellón municipal. También desapareció de los titulares de prensa. Qué decir de David Navarro, el ‘masca’ del Ayuntamiento hasta que decidió retirarse «por motivos personales», que no eran otros que un evidente enfrentamiento con los que mandaban aún más que él. Todos ellos, junto con Manuel Bauza o Ana Camelo llegaron a San Juan de Dios en 2015 de la mano de Kichi para cambiarnos la vida. Eran la ‘gente’ llamada a hacer de una ciudad sometida durante dos décadas al fascismo de Teófila Martínez un paraiso terrenal, en el que todos los gaditanos y gaditanas tendrían un trabajo fijo y justamente remunerado, un piso de cuatro dormitorios y un colegio público con las mejores y más modernas instalaciones para nuestros hijos. Y por supuesto, iban a librarnos del machismo y de la tiranía del heteropatriarcado. Todo eso prometieron, de forma más o menos explícita. Y nada de ello cumplieron. Regresaron a su ostracismo sin que nadie, absolutamente nadie, los eche de menos. Y sin haber mejorado ni un ápice la vida de los gaditanos. Dejando tan sólo un reguero de mediocridad, rencor, envidia, prejuicios y confrontación.

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