Jovenzuelos

Durante los últimos años hemos encumbrado a los jóvenes de una forma un tanto desmesurada, por el simple hecho de serlo, despreciando uno de los mayores valores para la política, el trabajo y la vida en general: la experiencia

Albert Rivera y Pablo Casado, en una imagen de cuando ambos lideraban sus respectivos partidos. L. V.

No diré niñatos, que es palabro un tanto malsonante. Dejémoslo en jovenzuelos. A la generación de los Millenials, que vienen a ser los nacidos más o menos en los años 80 y principios de los 90, se le ha ido de las manos lo del ‘ ... empoderamiento’. Alguien les dijo que eran los jóvenes más preparados de la historia de España porque había más universitarios que fontaneros y porque quien más quien menos tenía su máster. Y se lo creyeron, vaya si se lo creyeron. Y nosotros, los de las generaciones anteriores, asintiendo con la cabeza. Dándoles la razón. Cometiendo la torpeza y la irresponsabilidad de no recordarles que toda esa excelente preparación no sirve casi de nada sin un ingrediente fundamental: la experiencia. Y esa, obviamente, sólo se alcanza con el tiempo. Les encumbramos sin que hubieran demostrado nada –salvo honrosas excepciones que se han dado a lo largo de todas las generaciones– ni en el terreno laboral, ni en el político. Les dejamos encumbrarse. Simplemente por una cuestión de modas. De eso que llaman ahora la sociedad líquida, que vive más pendiente de Instagram que de los planes de empleo, de socializar en Facebook que de buscar trabajo. En el que un ‘like’ importa mucho más que crearse un buen currículum profesional. Lo queremos –lo quieren– todo. Y lo quieren ya.

Como en tantas otras cosas, la política es un perfecto reflejo de otros muchos ámbitos de la vida. A raíz de la crisis de 2008, el 15M y todo ese maremagnum, saltaron a la palestra infinidad de políticos treintañeros que venían a cambiar el mundo. A salvarnos. Con su preparación, su frescura, sus másters y su descaro. Sin duda, el gran adalid de todo ello era Albert Rivera. La conjunción de astros formada por el independentismo catalán, la crisis económica, su buena apariencia física, una cierta facilidad para la oratoria, y la necesaria falta de pudor para aparecer en pelotas en un cartel electoral, le encumbraron al estrellato. Sin haber cumplido los 30 se comía el mundo y no mucho más tarde llegó a verse a sí mismo en La Moncloa. Hoy, después de pasar de estrella a estrellado de la política, se ha topado con la realidad de la vida. Y le han echado del despacho de abogados Martínez Echevarría, en el que entró hace apenas dos años, por «falta de productividad y nula implicación».

Qué decir del dúo de Génova, Pablo yTeodoro. Casado se hizo con la presidencia del Partido Popular siendo aún treintañero. Y colocó de número dos a su amigo de Nuevas Generaciones. Ambos se creyeron capacitados para, en primer lugar, enderezar el rumbo de su propio partido y, algún día, alcanzar también la presidencia del Gobierno. Y hoy sabemos que tanto uno como otro han pecado de pardillos. Han gestionado la crisis interna con Ayuso de forma patética. Intrigando, conspirando como en una serie de Netflix, pero de un modo absolutamente lamentable. Han perdido el pulso no contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino contra quien la asesora en la sombra, Miguel Ángel Rodríguez, que no será tan atractivamente joven como ellos, pero es infinitamente más listo. Y sobre todo, se las sabe todas. Experiencia se llama. Curtido en mil batallas. Muchos tiros ‘daos’. Llámelo como quiera.

En fin. Insisto. Quizá no toda la culpa sea de ellos. Empezaron siendo muy jóvenes y quisieron hacerlo todo muy rápido. Somos nosotros, los que como mínimo– rondamos o superamos los 50, los que debemos advertirles de que no tengan prisas. Las grandes sociedades a lo largo de la historia se han forjado alrededor de los ancianos de la aldea, a los que se les veneraba y respetaba. A los que se les pedía consejo y administraban justicia y sabiduría. Quizá sea el momento de que volvamos a hacerlo. No sólo en política, sino en todos los ámbitos de la vida, de la empresa. Quizá todo sea un poco más lento. Y más caro. Pero ya les garantizo que el resultado final será infinitamente mejor. Ya les tocará a los que vienen detrás dirigir, mandar, gestionar y presidir. Cuando llegue su momento y adquieran experiencia poco a poco, no a base de tortas como Casado, Rivera o Teodoro.

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