El ilustre republicano
Una vez más, Kichi utiliza a grandes figuras de la política gaditana para esparcir su ideología basada en el resentimiento y la confrontación sin ser consciente de que cada día está más cerca de fascistas como los que fusilaron a Manuel de la Pinta
Acto celebrado en el año 2007 por el Ateneo Gaditano y Nueva Acrópolis en homenaje a Manuel de la Pinta.
Málaga. 1905. Nace Manuel de la Pinta y Leal, hijo de un miembro del Cuerpo de Carabineros destinado en Cádiz, donde transcurre parte de su infancia y juventud. Con apenas 22 años, aquel niño obtiene la Licenciatura en Medicina y Cirugía por la Facultad de ... Cádiz. Sólo cinco años después, con 27, ya era alcalde de la capital gaditana, cargo que ocupa durante dos periodos: el primero entre 1933 y 1935 y el segundo –de apenas cinco meses– entre el 20 de febrero y el 18 de julio de 1936. Les sonará la fecha, por fatídica. Republicano convencido y ejerciente, fue detenido por las fuerzas falangistas y fusilado el 30 de septiembre de ese infame año 36. A partir de ahí, el ostracismo. El olvido absoluto. Años duros de guerra, dictadura. Qué les voy a contar. Décadas hubieron de pasar para que, restablecida y asentada la democracia en nuestro país, el que fuera joven alcalde de Cádiz tuviera el reconocimiento de sus paisanos. El viernes 11 de marzo de 2006 –cuando el actual alcalde la ciudad daba volteretas por ahí como liberado sindical– la muy facha Teófila Martínez, perteneciente al muy fascista Partido Popular, celebraba un acto en el Ayuntamiento en el que Manuel de la Pinta y Leal era reconocido como Hijo Adoptivo de la ciudad. Ni Ley de Memoria Histórica ni falta que hacía. Un reconocimiento porque así lo demandaban la lógica, la justicia y la dignidad política y humana. Sin sesgos, sin baratas apologías de no se sabe qué. En un solemne acto de reconocimiento junto a otros ilustres gaditanos, predilectos y adoptivos, como el Padre Loring, Chano Domínguez y Julio Alcaide. Su retrato quedó, además, colgado en la galería de alcaldes del Consistorio, junto –mire usted por donde– al de Fermín Salvochea. Las palabras de la entonces alcaldesa de Cádiz fueron las siguientes: «Ha sido hora de restituir lo que la Historia hurtara, y Cádiz puede ver con orgullo que Don Manuel sigue siendo recordado como alcalde de Nuestra Ciudad». Ya entonces se reconocía su figura. Y no sólo a través de instituciones públicas. Un año más tarde, en junio de 2007, también el Ateneo Gaditano, presidido en aquellos años por Ignacio Moreno Aparicio, y la Asociación Nueva Acrópolis, descubrían una placa en su honor en la calle San Pedro. La placa reza lo siguiente: «En esta casa vivió D. Manuel de la Pinta Leal, eminente médico, humanista y alcalde republicano que fue de esta ciudad hasta su muerte en 1936. Ilustre socio del Ateneo y nombrado Hijo Adoptivo de Cádiz en 2006. El Ateneo Literario, Artístico y Científico de Cádiz, y la Asociación Cultural Nueva Acrópolis, le dedican este recuerdo. Cádiz, 8 de junio de 2007». En dicho acto, por cierto, también estuvo presente Teófila Martínez.
Esta semana, tres lustros después de aquellos homenajes, el Ayuntamiento ha querido volver a sacar lustre a su nombre. Bien está. Y lo ha hecho dándole una calle, digamos, más vistosa que la que ya tenía. Estupendo. Pero hete aquí que llega el momento de loar su figura y el actual sucesor de Manuel de la Pinta toma la palabra. Kichi suelta su habitual perorata mezcla de pasodoble y post de Facebook, que si el fascismo, que si la libertad, que si la justicia, que si dar la cara. Y remata la faena con un: «Seguiremos haciéndolo y a quien no le guste que se empadrone en otra ciudad». Suele ocurrirle. Se crece, se crece, y asoma la patita. Asoma lo que de verdad le reconcome por dentro tanto a él como a toda la ultraizquierda de este país, que no es otra cosa que el rencor. Ese resentimiento, ese odio visceral que guía sus actos y su forma de hacer política. Sin darse cuenta de que es él, son ellos, los que están mucho más cerca de aquellos falangistas que, un triste día de 1.936, sacaron de un tren en Córdoba a Manuel de la Pinta, cuando regresaba a Cádiz desde Madrid, y apenas dos meses después le fusilaron por el simple hecho de defender sus ideas.
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