Gloria a los hombres del mar
Ellos son los que dejan a la familia de madrugada, los que otean el horizonte y salen a faenar aunque no les guste lo que ven; y sí, la inmensa mayoría de ellos son honrados
Cualquiera que haya visto la magnífica serie televisiva ‘Fariña’ puede hacerse una idea muy aproximada. La vida del pescador es, probablemente, una de las más duras que en España –en realidad en todo el mundo– puedan darse. Mineros, quizá. Pero pocos oficios son tan sacrificados ... y poco gratificantes como el de los hombres del mar. De ahí que todos podamos llegar a entender que –en un momento dado y en según qué circunstancias personales– algunos puedan sucumbir a la tentación de entregarse a la pesca furtiva cuando se cierran caladeros. «La familia tiene que comer». «Lo primero es lo primero». «Si no lo hago yo, otro lo hará». Y todos miran para otro lado. El problema es que de ahí a traficar con, por ejemplo, tabaco, hay un paso. Y el siguiente, mucho más lucrativo, es el hachís. Ya ni les cuento si hablamos de embarcar cocaína en alta mar y traerla a la costa. Pero entonces ya no hablamos de necesidad, sino de ambición pura y dura. De falta de escrúpulos, de mafia, asesinatos, bandas organizadas y todo lo que rodea al narcotráfico a gran escala. Y se han dado casos. Más en Galicia en los 80–90 que aquí. Pero aquí también. Eso sí, son los menos. Muy dañinos. Pero minoritarios.
No sabemos aún si los seis tripulantes del Rua Mar estaban pescando o traficando con hachís. De hecho, quizá nunca lo sepamos. Pero de lo que no puede haber la más mínima duda es de que la inmensa mayoría de los pescadores de Barbate, de El Puerto, de Cádiz, de Algeciras, de Conil o de cualquier municipio costero de la provincia son gente honrada. Lo dicen sus manos callosas, sus frentes arrugadas, quemadas por el sol. Sus largas caladas al cigarro, sus silencios en los que parecen sumergirse en sus recuerdos en alta mar. Lo dice su mirada sabia. La pesca es uno de los oficios más antiguos del mundo. Y a todos los que lo han ejercido y ejercen en la actualidad les debemos respeto, admiración, agradecimiento. Porque son ellos los que dejan a sus familias en casa a las cinco de la mañana para salir a faenar. Los que otean el horizonte para ver qué se les viene encima y, les guste o no, largan amarras y salen del abrigo del puerto. Y pescan. Para que nosotros comamos. Dejándose las manos en las redes. En los palangres. Por sueldos irrisorios.
Así que honra eterna a los pescadores. Pese a los garbanzos negros. Que los ha habido, los hay y los habrá. Pero en nosotros está el no permitir que esos pocos manchen el nombre de la inmensa mayoría de pescadores honrados que se juegan la vida por un jornal. En nosotros está no meterlos a todos en el mismo saco. Dese una vuelta un día por un puerto pesquero. Hable con ellos. Una buena serie televisiva te da una idea. Hablar con ellos cara a cara te enfrenta a la realidad. A su realidad. Muy dura. Y muy poco, por no decir nada reconocida. Gloria a los hombres del mar. Por siempre.