Errejón y la 'odiocracia'

Por si quedaba alguna duda, el líder de 'Mas País' ha dejado claro su sectarismo, su radicalidad, sus prejuicios su complejo de inferioridad y su odio hacia todo lo que suponga la excelencia, el talento y el sobresalir por encima de los demás

Errejón, en su despacho del Congreso durante el directo en su canal de Twitch.

Confieso que en la flora y fauna del universo podemita ‘ilustrado’ de este nuestro país, hay una figura que siempre me había llamado la atención. Para bien. En un ecosistema político en el que la inmensa mayoría de sus habitantes son seres histriónicos, populistas, trasnochados, ... incultos las más de las veces, algo quinquis y completamente sectarios, me parecía que habitaba una ‘rara avis’, un representante público de la extrema izquierda que –pese a no compartir con él sus postulados– sí me merecía un respeto por su manera de exponerlos. Sin gritos, sin tratar de imponer por narices su forma de pensar y entender la vida, sin dar excesivas lecciones de ética y mostrar su arrogada superioridad moral en cada una de sus frases. Eso creía. Hasta esta semana, en la que Iñigo Errejón ha asomado la patita. Probablemente lo haya hecho ya en numerosas ocasiones, y sea culpa mía el no haber sido consciente de ello. Probablemente no, seguro. Pero ya digo que como no es tan visceral ni radical como la mayoría de los que defienden ideas parecidas a las suyas –y aquí en Cádiz estamos curados de espanto– no me había dado cuenta.

Sin embargo, sus reflexiones tras el nombramiento de Marta Ortega como presidenta de Inditex han hecho que caiga la venda de mis ojos. El líder de Más País anunció un directo en su canal de Twitch para reflexionar sobre «Meritocracia» y allá que me metí para oír de su boca su opinión sobre el asunto, sinceramente interesado en comprobar si sus argumentos me convencían. Menuda decepción. Errejón dedicó 42 minutos de reloj a repetir uno detrás de otro los tópicos y lugares comunes más rancios sobre el tema. Su ‘idea –fuerza’, que dicen los modernos, es que «la meritocracia es el discurso que utilizan los ricos para justificar las desigualdades». Sostiene Errejón que cuando una empresa tiene éxito es gracias a que hay «muchas personas dentro trabajando que no ven su esfuerzo suficientemente recompensado», lo que definió como «riqueza socialmente producida», lo cual no deja de ser una verdad a medias, absolutamente matizable y fácilmente rebatible. En definitiva, su ideario se reduce a atacar a «los ricos» como ente abstracto. Por supuesto, sin aportar soluciones alternativas. O al menos sin atreverse a pronunciar en voz alta lo que parecía insinuar con cada uno de sus asertos: «exprópiese». Si según su forma de entender la democracia una hija no puede heredar el patrimonio fruto del trabajo de su padre, la única solución posible es que pase a manos del Estado.

Pero sin duda lo peor no es lo que dice, sino lo que calla. Obvia Errejón que todos y cada uno de los empresarios de este país y cualquier otro del mundo libre, tiene que arriesgar su patrimonio o endeudarse para poner en marcha su proyecto. Y dedicarle las 24 horas. Ya saben aquello del ojo del dueño engorda al caballo. Y que es él quien genera empleo. Y sobre todo, es rotundamente falso que en España, la España en la que él ha nacido y se ha desarrollado durante sus casi 38 años de vida, no haya igualdad de oportunidades. En este país la educación pública llega a absolutamente todos y cada uno de los niños. Una educación de calidad, reforzada además con la concertada, igualmente gratuita para todos. Cuando habla parece que lo hace de la España de la postguerra. Y obvia también que hay miles de ejemplos de personas muy humildes que han llegado muy alto gracias a su esfuerzo, su talento, sus ideas, su trabajo. Y que no necesariamente son millonarios. Ni explotadores. Ni defraudadores. Ocurre que él necesita pintarlos a todos así, como evasores de impuestos con cuentas en Suiza o Panamá, para poder sostener su discurso desfasado, cargado de odio, envidia, prejuicios y complejo de inferioridad. Que, para colmo, trata de presentar como buenista y moralmente intachable. Por supuesto pintando a la parte contraria como clase social oprimida, ejemplar en su comportamiento, que se desloma de sol a sol a base de latigazos para que otros se enriquezcan. Y que pagan religiosamente sus impuestos sin defraudar el IVA cuando arregla la lavadora. Ni tan malos unos ni tan buenos los otros. Que al nacer la condición humana es la misma para todos. Y buenos y malos hay en los dos ‘bandos’ que él y la gente como él se empeñan en dividirnos a todos. Empresarios y proletariado. Ricos y pobres. Fascistas y gente de bien. Para Iñigo Errejón sólo existen los extremos. Lo distorsiona todo a base de brocha gorda para no basar su discurso en la razón, sino en las tripas. Pero, claro, no tira de megáfono. Sus palabras son mucho más pausadas. Y más sibilinas. Por eso es mucho más peligroso.

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