Elegancia Vs vulgaridad
En estos tiempos de absurda polarización, en España te pueden llamar facha simplemente por ser educado. No perdamos también esa batalla
Mi tía Ana es vallisoletana y sabia. Ambas cosas. Y también mayor y algo mordaz. Elegantemente mordaz. Hace ya muchos años que decidió que en su vida no quería vulgaridad. Ni en la realidad ni en la ficción. «Yo sólo veo películas de amor y ... lujo», me soltó uno de aquellos veranos que bajó a Cádiz a ver a su cuñada, sobrinos y sobre todo a su hermano el marino, que echó el ancla aquí tras salir de la Escuela Naval de Marín. En aquellos años en los que mi yo adolescente devoraba ‘Regreso al futuro’, ‘Rambo’ o ‘Karate Kid’, ella sólo se sentaba delante del sofá si en TVE1 reponían cintas como ‘Casablanca’, con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman deliciosamente enredados; ‘Desayuno con diamantes’, protagonizada por una sublime e ingenua Audrey Hepburn; o ‘Alta sociedad’, con Frank Sinatra, Bing Crosby y Grace Kelly cantándonos y contándonos los líos de los millonarios norteamericanos de los años 50. Su excelente educación y su respeto hacia todo el mundo le han impedido siempre expresar en voz alta su animadversión hacia aquellas personas que de un modo u otro se muestran vulgares, soeces, horteras, ordinarios, chabacanos... pero si la ves elevar los ojos hacia el cielo y abrir la boca en un gesto sordo cuando se cruza con alguien de este pelaje, ya sabes perfectamente lo que está pensando. Por el contrario, si se encuentra con hombre o mujer de modales agradables, que utilizan el ‘por favor’, el ‘gracias’ el ‘pase usted primero’ o el ‘buenos días, buenas tardes, buenas noches’, automáticamente se le alegra el día, la tarde o la noche. Ella lo tiene tan interiorizado, le sale de forma tan natural, que siempre lo ha vivido como simple rutina. Pero a fuerza de hacerse cada vez más infrecuente, con el paso de los años es uno de sus mayores motivos de alegría. El comprobar que aún hay esperanza. Que mientras quede una sola persona educada, elegante, amable, distinguida o refinada no estará todo perdido. De un modo u otro se podrá transmitir a las generaciones venideras.
Porque hoy día es tristemente infrecuente. La vulgaridad se ha impuesto de manera aplastante. Y lo peor es que hay quien encima hace bandera de ella. Confunden el ser ‘gente de la calle’ con ser ordinarios. Hace décadas, cualquier persona –por más humilde que fuera– se esforzaba en ser educada. En vestir de forma elegante cuando la ocasión lo merecía, en lucir sus mejores galas cuando salía de paseo con la familia. Hoy eso está prácticamente perdido. En unos sitios más que en otros, obviamente. Pero cada vez en más ocasiones y en más lugares hemos de elevar los ojos hacia el cielo. Y encima, como digo, son los maleducados los que se permiten recriminar y menospreciar a los demás, en una especie de batalla social en la que nos estamos enfrascando peligrosamente. Hasta en eso nos hemos polarizado por culpa de la política y la mediocridad de algunos. Confiemos en que, poco a poco, la elegancia, la naturalidad, el buen gusto... se impongan. No demos también esa batalla por perdida.