Donde empieza la tuya
El concepto de libertad de expresión es muy fácil de entender... para quien quiera entenderlo, no para quien está cargado de prejuicios
Primero de Democracia. O de Educación Infantil, si lo prefieren. Mi libertad acaba donde empieza la tuya. A partir de ahí es fácil de entender qué es la libertad de expresión. Para quien quiera entenderlo, claro. No se trata de cómo se exprese una idea, ... si por medio de una canción o de un cuadro al óleo, sino de la idea que se expresa. Es tan básico que resulta cansino tratar de hacérselo comprender a quien ya viene con prejuicios que nada tienen que ver con esa democracia «incompleta» que promulgan. Servidor podría decir en este artículo que las canciones del tal Pablo Hásel son tan pésimas que merece morir en la cárcel a manos de otros presos. O que el chalet de Galapagar debe volar por los aires, con todos sus moradores dentro y previa colocación de 50 kilos de Goma2, porque Pablo Iglesias es, básicamente, un desequilibrado mental. O que Echenique merece que alguien le reviente con su propia silla por ser un amargado. Podría escribirlo y ¿sería eso libertad de expresión o una clara incitación al odio y apología del terrorismo y el asesinato? Pues no hay más preguntas señoría. Ocurre que el lamentable espectáculo al que asistimos estos días, y que nos avergüenza como país, tiene que ver con un montón de factores, pero ninguno de ellos es la calidad de nuestro sistema democrático. Sí, en su base, con nuestro sistema educativo. Sí con la pérdida de valores. Sí con el pésimo nivel de nuestros actuales ‘líderes’ políticos. Sí con el gamberrismo propio de determinadas edades. Sí con la mala utilización de las redes sociales. Sí, y ahí creo que reside la base de todo, con la autoproclamación de la izquierda radical como guardadora de la moral. Como jueces de la ética, con potestad para dirimir qué está bien y qué está mal, y cuál es el castigo correspondiente a cada caso. Una especie de justicia divina que para ellos está muy por encima de las leyes de nuestra completísima democracia.
Determinados cabezas visibles de esa izquierda radical –y aquí cerca tenemos clarísimos ejemplos de ello– enarbolan diariamente distintas banderas y sólo permiten que las sujeten los suyos. El resto, ya se sabe, fascitas. A saber, la bandera de la diversidad sexual, la del ecologismo, la del feminismo, la de la libertad de expresión, la de la protección social. Todo, tal y como ellos lo entienden. Su diversidad sexual, su ecologismo, su feminismo, su libertad de expresión, su protección social. Se creen más defensores de la mujer por utilizar palabras soeces, más ecologistas por hacerse una foto con un panel solar, más abiertos de mente por pintar de colores un banco en una plaza.Ahora, se erigen en más demócratas por defender que un joven con evidentes problemas de adaptación a la sociedad haya sido condenado por decir barbaridades y, no olvidemos, por agresión y amenazas. Y justifican la violencia de los cobardes que, ocultos y encapuchados, utilizan cualquier excusa para provocar altercados y enfrentarse a la Policía.
Pero no lo son. Por más que griten. Ninguna sociedad avanzó hacia la modernidad a base de gritos y violencia. Ahora, con irresponsables en el poder que les jalean, son algo más ruidosos. Pero pasarán. Volverá a imponerse la cordura. Y volverán a ser lo que siempre fueron. Grupúsculos marginales. Y nosotros lo veremos. Y les ignoraremos porque nada razonable tienen que aportar.