Diez años del 15M

La izquierda radical se apropió de un movimiento aparentemente espontáneo y justo, pervirtiéndolo; y hoy, casi una década después, el único poso que ha quedado de todo aquello es una España socialmente dividida en dos bandos irreconciliables

Acampada del Movimiento 15M en la Puerta del Sol de Madrid. L. V.

Dentro de apenas un mes se cumplen diez años –toda una década ya– del ‘Movimiento 15M Democracia Real Ya’. ¿Se acuerdan? Seguro que sí. El 15 de mayo de 2011 miles de personas, los ‘indignados’, se echaron a la calle una semana antes de las ... elecciones municipales previstas para el domingo siguiente. La crisis nos comía entonces por los pies y había razones de sobra para estar cabreados con la clase política. Después de tres duros años de ruina –desde 2008–, miles de personas habían perdido su trabajo, su casa, sus ilusiones. Y todo ello se unía a que los casos de corrupción brotaban como setas en las portadas de los medios de comunicación. En las redacciones los teléfonos no paraban de sonar. Las fuentes no eran otras que cientos de resentidos que, tras años de beneficiarse de prebendas, chanchullos, mangazos y mordidas, ahora que llegaban las vacas flacas se habían quedado sin su parte del pastel. En esta casa, como en la práctica totalidad de las periódicos de España, tuvimos no pocas reuniones y cientos de conversaciones telefónicas con personas dispuestas a aportar pruebas, siempre ‘off the record’, ya que tenían muchos datos que mostrar y otras tantas culpas que esconder. Había cajones llenos de documentos incriminatorios: facturas, vídeos, fotos, libros de contabilidad B... La corrupción llegaba a todos los estamentos donde había una mínima cuota de poder. Desde la Casa Real a los principales partidos políticos, pasando por gobiernos autonómicos, diputaciones, ayuntamientos, sindicatos o empresas públicas. Una auténtica plaga. Tanto, que los propios jueces, ante la lentitud del sistema judicial, eran también objeto de las iras de los ciudadanos.

Con epicentro en la Puerta del Sol y ramificaciones en plazas de toda España, el Movimiento 15M parecía un soplo de aire fresco, aparentemente despolitizado, natural, sano. Pero esa imagen apenas duró unos días. Las elecciones se celebraron y poco a poco las acampadas se fueron levantando. España siguió su evolución natural. Nuestra economía, al igual que la economía global, continuó cayendo unos años más y luego, muy lentamente, fue enderezándose. La Justicia siguió también su parsimonioso caminar y afortunadamente la mayoría de aquellos corruptos están hoy entre rejas o aferrándose a la penúltima apelación antes de ingresar en prisión.

Pero aquel 15M dejó un germen, del que supieron aprovecharse una hornada de entonces desconocidos ideólogos, teóricos de la política, que nunca habían pasado de celebrar cuatro asambleas marginales de instituto en las que exponían sus sesudas y trasnochadas teorías comunistas, anarquistas y anticapitalistas, sin más audiencia que ellos mismos. Se apropiaron de aquella reivindicación tan espontánea como justa. Y la pervirtieron. La adaptaron a sus delirios de grandeza y con los años todo fue degenerando hasta lo que tenemos hoy en día. La izquierda radical encontró una ola y la surfeó. Penetró en la sociedad española, dando pie a la consecuente radicalización de buena parte de la derecha más idiotizada. Y así tenemos, más acentuadas que nunca en las últimas décadas, a las dos Españas que escribiera Machado en su ‘Españolito’. Dos bandos a día de hoy irreconciliables. Un debate social infantilizado, con la capacidad de autocrítica completamente anulada y las redes sociales convertidas en peligrosísimas armas de difamación, de ataque. El machismo, el racismo, la homosexualidad, la educación, la religión, la política por supuesto... cualquier tema es motivo de confrontación. O estás en mi bando o contra los míos. El revanchismo, la doble moral, las distintas varas de medir, son el pan nuestro de cada día. Confiemos en que diez años hayan sido suficientes para aprender. Y empezar a recuperar una España con una izquierda y una derecha moderadas, con disparidad de ideas, pero con capacidad de, al menos, escuchar al contrario. Con respeto. Aunque no esté de acuerdo con él.

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