OPINIÓN
Demasiadas incógnitas
Algún responsable político o de la propia residencia de ancianos de Valdelagrana, deberá explicar cómo es posible que se haya producido un contagio tan masivo
El número de contagios entre ancianos y trabajadores se multiplicó a velocidad vertiginosa. De los dos primeros casos detectados enseguida se pasó a diez, veinte, treinta... hasta bastante más de un centenar. Ahora prácticamente vamos a más de un fallecido diario. Y esto no ha ... acabado. ¿Qué está ocurriendo en la residencia de ancianos de Valdelagrana? Hay demasiadas incógnitas al respecto. Y nadie sabe o nadie quiere resolverlas. En el mes de marzo, cuando comenzó esta pesadilla, los innumerables contagios que se registraron en los geriátricos de toda España, de todo el mundo, podían entrar dentro de la lógica. A todos nos cogió a contrapie esta pandemia. Las medidas se tomaron tarde, sencillamente porque no sabíamos el enemigo que se nos venía encima. Pero ahora... Ahora, seis meses después de comenzar esta ‘guerra’ contra el virus, ya no vale la excusa del ataque sorpresa. Ahora la única explicación posible es la negligencia. El virus puede entrar en un asilo, lógicamente. Hay visitas de familiares, proveedores, trabajadores que entran y salen. El riesgo cero no existe. Lo sabemos. Pero se supone que todos los protocolos habidos y por haber están activados. Existen pantallas, mascarillas, guantes, geles hidroalcohólicos, distancia de seguridad, turnos para el comedor, para las salas de ocio, desinfección diaria... Luego, ¿cómo es posible que se hayan contagiado todos? Sólo hay dos opciones. O nada de esto se ha llevado a cabo, lo cual sería una negligencia interna gravísima, o nada de esto sirve para nada y estamos haciendo el tonto, lo cual sería una negligencia de todos y cada uno de los expertos en virología que en el mundo hubiere. Esto último es complicado, así que –salvo que algún responsable político de Sanidad o del propio centro ofrezca una explicación más convincente– todo apunta a que algo se ha hecho mal. Rematadamente mal. Duele pensar a cuántos más les va a costar la vida. O cómo estarán los familiares de estos ancianos, la impotencia que sentirán. Cómo se sentirán todos aquellos que tienen a sus mayores en residencias, pensando que si ha ocurrido aquí por qué no les va a ocurrir a ellos.
Y lo que más miedo da es pensar que millones de años de evolución humana nos han enseñado que las peores épocas del año en cuanto a enfermedades contraídas por medio de virus, de cualquier tipo de virus, siempre han sido el otoño y el invierno. Ahí es cuando verdaderamente se hacen fuertes. A este, al maldito Covid-19, lo conocimos en primavera. Y fue terrible. Lo hemos padecido también en verano. Pensábamos que con el calor no íbamos a tener problemas. Ya hemos visto que sí. Ahora nos quedan por delante seis larguísimos meses de otoño–invierno. De nosotros, de la responsabilidad individual de cada uno, dependerá el cómo salgamos del kilométrico túnel en el que estamos a punto de entrar. De las decisiones políticas también. De la gestión sanitaria por supuesto. Pero no debemos olvidar que el primer paso es el de la responsabilidad individual para hacer todo lo posible por no contagiar ni ser contagiados.