En la ciencia creemos
Un negacionista no es más que un egoista que pisotea los derechos de los demás en nombre de una libertad mal entendida
Si es usted negacionista, fantástico. Si no cree usted en las vacunas y pasa de usar mascarilla, estupendo. Está usted en su perfecto derecho. Si ha decidido, en un alarde de inteligencia, que su vida se guíe por los dogmas de Miguel Bosé, adelante. Hasta ... el TSJA le avala. Eso sí. Una cosa. Ha de saber que su libertad es plena para ello. Pero el perjuicio que está provocando al resto de la sociedad es gravísimo. La lucha contra el Covid es una carrera de fondo, que quizá nunca ganemos del todo. La ciencia ya nos advierte que probablemente este virus va a quedarse entre nosotros, como tantos otros. Y la vacuna no lo erradica, menos aún las mascarillas, pero sí lo debilitan. Le repito, señor negacionista. La ciencia. Miles y miles de expertos que nos insisten en que vacuna y mascarillas impiden que el coronavirus se propague con tanta facilidad y se haga más fuerte. Así que cuantas más se inoculen, mejor para todos. Y si aún debemos taparnos la boca en interior o cuando no podamos mantener la distancia necesaria, tapémosnosla. Por engorroso que resulte. Que resulta. Y mucho.
Su tozudez, su ignorancia, pone en peligro al resto, con lo cual su libertad entra en conflicto con la de los demás. Y la libertad, para exigirla, primero hay que saber –o querer– entenderla. Vivimos en sociedad y a estas alturas resulta bochornoso tener que volver a recurrir a aquella máxima que nos recuerda que nuestra libertad acaba donde empieza la de los demás. Lo suyo, negacionista, no es libertad. Ni siquiera libertinaje. Lo suyo es ignorancia, falta de luces. Se puede entender que un joven de 20 años se salte las normas, pero un negacionista, talludito, con sus canas y su barriga prominente, sencillamente es un necio. Además de un egoista. Siga usted con su matraca en Twitter, siga dudando de la existencia del virus y afirmando que con las vacunas nos inoculan un microchip para que nos controle Bill Gates. Siga con sus sandeces. Pero hágalo desde su casa, sin ponernos aún más en riesgo a los demás. ¿O quizá piensa, ceporro, que a nosotros nos gusta todo esto? Todos estamos hartos de la pandemia, de mascarillas y de la saturación de datos de contagios, hospitalizados y muertos. Pero nos adaptamos. No queda otra. Del mismo modo que respetamos los límites de velocidad en la carretera o que el camarero no echa un escupitajo en su café cuando le oye decir sandeces, nos sometemos a las leyes y a las normas de convivencia que entre todos nos hemos dado para poder disfrutar precisamente de eso de lo que tanto alardea, señor negacionista, al tiempo que lo pisotea: la libertad. Respeto, se llama también, si quiere. Quien de verdad quiere ser libre sabe que lo primero es respetar a los demás para ser respetado. Sin tratar de imponer absurdos pensamientos únicos. Y sabiendo que las más de las veces, incluso de modo inconsciente, no nos queda otra que ponernos en manos de los demás. Tener fe en el prójimo. En los políticos, la mayor parte de las veces. Y en este caso concreto ni siquiera en ellos, sino en los científicos. En los que están trabajando para que su vida, necio negacionista, sea mejor. Y siendo conscientes de que hay muchas cosas por mejorar. Pero sin duda, la calidad de vida de la que hoy disfrutamos, los avances experimentados en el último siglo incluso en los países más subdesarrollados, son en buena parte gracias a la ciencia. A los científicos. Que siguen haciéndonos avanzar como sociedad, pese a los negacionistas como usted. Cretino.