La chica más guapa
Cuando por fin se decidió a decirle lo que sentía estaba preparado para cualquier respuesta, menos para esa
Esta historia que les voy a contar es verídica. Real como la vida misma. O al menos tanto como usted, buen entendedor, quiera que lo sea. Rafa es un joven gaditano. Joven quizá sea demasiado decir aún. Dejémoslo en adolescente a punto de alcanzar la ... frontera de los 17. Como tantos a su edad, piensa que ya lo sabe todo. E ignora que es aún un ignorante. Se pasó los meses de pandemia jugando al ‘Fortnite’ online con sus amigos y ahora que ya vuelven a salir libremente sólo quiere calle. Cuando está en casa se pasa horas encerrado en su cuarto, pero ya no pega tiros virtuales, ahora ‘vive’ en las realidades paralelas de Tik Tok e Instagram. Por supuesto le encanta el fútbol. Menudo disgusto se llevó cuando destituyeron a Álvaro Cervera. Le pareció que jamás en la historia del deporte se había cometido injusticia mayor. Ahora, viendo a su equipo jugar mucho mejor y ganar más partidos, el disgusto ya no es tanto. Aunque por supuesto será ‘Cerverista’ mientras viva. Porque todo lo que vive, lo vive con la intensidad propia de su edad. Y desde este último verano, esa pasión se ha trasladado a una faceta de su vida hasta entonces desconocida para él: el amor. El amor puro y verdadero por una chica, Lola, que va a su mismo instituto. En realidad quizá sea un colegio concertado, pero dejaremos esa incógnita en el aire porque ya se sabe que en una ciudad como Cádiz el hecho de ir a un centro religioso significa que según quiénes te coloquen una etiqueta. El caso es que Rafa vive única y exclusivamente por y para Lola. Sus amigos se lo reprochan. Le llaman ‘loser’ –o en su acepción gaditana, ‘lórido’– y se ríen de él cuando se queda embobado nada más verla al llegar a clase a las ocho de la mañana. Pero es que no puede evitarlo. Se sorprende una y otra vez a sí mismo buscándola en el patio, deseando cruzársela por la Avenida cuando su madre le manda a comprar o en la Plaza Mina los viernes por la noche.
Rafa, pese a creer que lo sabe todo, es consciente de que el lanzarse a hablar con una chica no es su fuerte. A lo más que llegó una vez fue a sonreirle junto a la taquilla del pasillo de 4º de la ESO, aunque ella no pareció darse cuenta. Admira, e incluso envidia un poco, a sus amigos que no tienen problemas para hacerlo. A los que son capaces de ligar enganchando dos frases ocurrentes. Pero él no es así. Desearía ser capaz de decirle que le parece el ser más bello que haya visto nunca. Que sus ojos, además de preciosos, transmiten inteligencia. Que su sonrisa le pone la piel de gallina. Que quiere invitarla a salir, quedar para ir al Mirador de Santa María y charlar toda la tarde. Ir juntos al cine, dejarle su jersey si tiene frío, abrazarla, hacerse diez selfies al día con cara de tontos, reír con ella, chatear por la noche hasta las tantas... pero no se atreve. Y aunque lo hiciera, no sabría cómo decírselo. Un día decidió contárselo a su madre. No con mucho detalle, pero sí le preguntó cómo podía hacerlo, qué palabras debía utilizar. Mamá, con una sonrisa entre burlona y orgullosa, maternal, le dijo que fuera él mismo. Que le hablara con honestidad, con el mayor de los respetos. Desde el corazón. Que si era sincero, ella lo notaría en sus ojos. Así lo había hecho su padre con ella en su época y así había funcionado con las chicas desde los siglos de los siglos. Y que si le rechazaba, que era una posibilidad, simplemente sonriera y tratara de quedar como buenos amigos. Así lo hizo. Ese mismo fin de semana fue a donde ella siempre quedaba con las de su clase y se acercó. Un tanto atropelladamente le contó lo que sentía y lo difícil que le resultaba ese trago que estaba pasando. Ella se le quedó mirando y le dijo, palabras textuales: «¿Perdona? Tú eres un heteropatriarcal y un machirulo. Yo me quiero sola y borracha, así que ya te estás yendo por donde has venido. Fascista».
Se quedó de piedra, estaba preparado para recibir una negativa, pero no semejante respuesta. Pese a todo sonrió, se despidió educadamente, y se fue en busca de sus amigos pensando que en la época de sus padres todo era muy distinto. Más bonito. Y que, en realidad, Lola tampoco era tan guapa. Ni le parecía ya tan inteligente.