Lo burdo
¿En qué momento la vulgaridad y la grosería se impusieron a la buena educación y el buen gusto en nuestra sociedad en general y en Cádiz en particular?

De repente, se topó con la escena y se quedó observándola. Calle Ancha de Cádiz, siete de la tarde. Junto al escaparate de un local vacío, dos tipos cuarentones y desaliñados se proferían todo tipo de insultos ‘cariñosos’ entre gritos y risotadas. Tras el breve ... intercambio de frases mal construidas, se despidieron con sendos golpetazos en la espalda. El primero lucía una gorra marrón y melena grasienta que asomaba bajo la visera. La camisa, de mangas cortas, era negra con motivos florales y las bermudas vaqueras medio gastadas dejaban a la vista las pantorrillas. Los pies, al aire con unas sandalias con tiras de cuero por todo calzado. Las uñas, largas como un día sin pan. El segundo, bastante menos afortunado en cuanto a pelambrera, vestía una holgada camiseta blanca de tirantes y similares sandalias. Una riñonera negra rodeaba su fofa cintura y bajo idénticos pantalones cortos, esta vez unas sandalias deportivas de velcro. Seguro que recuerda usted la chirigota ‘Los titis de Cai’, del año 94. Pues eso.
Apenas diez o doce metros más allá, dos mujeres de aproximadamente la misma edad mantenían su propia conversación. El tono mucho más bajo y educado, el porte muy elegante. La primera, con su melena negra recogida con una sencilla coleta, vestía un fino traje gris claro con un discreto colgante plateado por todo complemento. En la mano, un pequeño bolso a juego. Y en los pies, zapatos planos. Su interlocutora, perfectamente peinada su media melena castaña, lucía camiseta de lino y pantalón negro con zapatos de medio tacón. Colgaba del hombro un bolso también negro con cadena dorada. Ambas charlaban reposadamente. La antítesis de lo que ocurría apenas unos metros más allá.
Cuando ellas también se despidieron, le surgió la duda. Toda la vida ambos estereotipos han convivido, pero ¿en qué momento nos acostumbramos a la cotidianidad de la primera escena y cuándo se hizo infrecuente la segunda? ¿Por qué en la sociedad en general y gaditana en particular se ha impuesto lo burdo, lo tosco, la grosería por encima del buen gusto y la buena educación? No es que aspirara a volver al siglo XVIII, cuando éramos el Emporio de el Orbe, la Cádiz Ilustrada. Décadas en las que personas de cualquier condición social se preocupaban por su aspecto, saludaban elegantemente y daban los buenos días con educación. Pero al menos un mínimo. No tenía respuestas claras para sus propios interrogantes, aunque sí alguna reflexión que no se atrevía a pronunciar públicamente –en sus redes sociales tal vez– por miedo a que se le echara encima una caterva de esos maleducados con acusaciones como clasista, pijo, o aún peor: facha. Y entonces se dio cuenta. La vulgaridad comenzó a imponerse en el momento en que callamos por miedo a ser señalados. Y dejamos que los que gritan impusieran su pensamiento único, su (mal) estilo único. Y decidió que a partir de ahora iba a combatir a esos radicales intolerantes con la palabra. Educada, pero firmemente. O quizá lo haría algún día. De momento no se ha atrevido por ese miedo a ser señalado. Y así, la chabacanería sigue imponiéndose. Cada día más.