Anormales
"No llamemos aliens a los extraterrestres, es ofensivo". Los dictadores de lo políticamente correcto y del lenguaje inclusivo son tercos como mulas, no se cansan de hacer el ridículo
Meses. Qué digo meses. Años llevamos esperando el momento en que alcancen el techo de su propia ignorancia. Que lleguen a su límite de desvarío verbal y empecemos la desescalada hacia la normalidad. La normalidad de llamar a las cosas por su nombre. Pero su ... capacidad para ponerse en ridículo no parece tener límite. Pensé que sería una moda, pasajera, como lo fue el «qué pasa tronco» –excepción hecha del gran Ángel Expósito–, «mola mazo» o «guay del Paraguay». Pero estos del lenguaje políticamente correcto son, como todo ignorante, testarudos. Y ya no les cuento los del inclusivo. Repiten, repiten y repiten hasta la saciedad. Hasta donde me alcanza la memoria, diría que todo empezó hace un par de décadas, cuando nos dijeron que no se debía hablar, por ejemplo, de subnormal, sino de discapacitado intelectual. Por supuesto, la palabra mongolo, con la que tanto fastidié a mi hermano de pequeño –y él a mí–, desterrada. Entonces todos lo aceptamos. Era razonable y además nos hacían sentirnos malas personas si no cuplíamos su ‘ley’ de la corrección política. Pero siguieron y siguieron. Hasta pervertir la idea inicial y llevarla al ridículo. Hasta convertirla en algo anormal. Con lo cual, ellos solitos se convirtieron en anormales. Con todas sus letras. No en disminuidos psíquicos, ni en personas de difícil entendimiento. No. En sujetos cuya capacidad de entendimiento y raciocinio está fuera de la normalidad. Según la acepción tercera de la RAE, en personas «cuyo desarrollo físico o intelectual es inferior al que corresponde a su edad». Ahí está clave. Son inmaduros. O carajotes de toda la vida, perdón por la expresión. Los últimos ejemplos: la tal Demi Lovato diciendo que no llamemos ‘aliens’ a los extraterrestres porque es ofensivo; y –por llevar el ridículo al ámbito académico–, la Universidad de Michigan, que ha despedido a un profesor por poner en clase la película Otelo, de 1965, en la que actuaba Laurence Olivier pintado de negro. Como ven, este volcán de disparates no es exclusivo del lenguaje escrito u oral. También lo es del audiovisual y de cualquier otra forma de comunicar que a usted se le ocurra. Ni tampoco es privativo de España. Es global, como todo en estos tiempos. Precisamente por eso el número de anormales cada vez es mayor, aunque eso sí, obedeciendo a un mismo perfil muy marcado. El de los incondicionales de ciertos políticos histéricos. Aquí el genérico si incluye a ambos sexos. Políticos y políticas. Histéricos e histéricas. En este caso resulta oportuno aclararlo. Ellos y ellas. Anormales todos.
Hasta las pelotas estoy de no poder verbalizar que Diakhavi es negro tizón o de decir que Falete es gay, cuando él mismo ha dicho que en su casa «no se dice gay, se dice maricón, que tiene más fundamento». Sólo con esta frase, el artista sevillano demuestra tener más inteligencia, personalidad y sentido del humor que cualquier estúpido abanderado de lo políticamente correcto.
Dejémonos de eufemismos. Que no por usarlos y manosearlos se convierte uno en mejor persona, que es el mensaje que ocultan en el fondo las Irenes Monteros de la vida. Y no lo son. Sólo usan circunloquios para vomitar su ideología casposa. Si de verdad quieren aportar, si tienen interés real en mejorarnos a todo cambiando nuestra forma de hablar, que hagan como nuestras abuelas, que en lugar de mierda decían miércoles, cambiaban joder por jopeta y hacían popó en vez de cagar. Porque estos sí que la cagan, todos los días. Y estoy hasta las pelotas. Coño ya. Perdón por la expresión, pero qué a gusto se queda uno hablando mal y pronto, aunque sea una vez.
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