Alcaldes y alcalduchos
Juan Bermúdez, de Izquierda Unida y alcalde de Conil, está dando todo un ejemplo de lucha contra el Covid
Dos alcaldes, dos. De izquierdas, ambos. El primero Juan Bermúdez, de Izquierda Unida, alcalde de Conil. Semanas lleva el hombre pidiendo, exigiendo, medidas contundentes para detener la quinta ola de contagios del coronavirus, que se ha cebado de forma especialmente cruenta con su pueblo. El ... famoso vídeo de hace unas semanas en el que se ve a un buen puñado de descerebrados cantando de madrugada a las puertas de una discoteca aquello de «alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos...’» lo describe a la perfección. Y desde entonces, ha dado un golpe en la mesa y se ha puesto a trabajar. A coordinar a la Policía Local para que vigile casi sin descanso, a dialogar con los hosteleros para que se cumplan escrupulosamente las medidas anti Covid, a hablar con la Junta de Andalucía –de signo político muy distinto al suyo– para que endurezca esas medidas. Su único objetivo, bajar la tasa de contagios. Primero, para proteger sanitariamente a sus vecinos, le hayan votado o no. Segundo, para proteger los negocios de sus vecinos, le hayan votado o no. Lo que viene siendo trabajar por y para su pueblo, da igual tu ideología.
Segundo caso. José María González Santos, ‘Kichi’. ¿Sabe usted dónde anda? ¿Le ha visto usted tomar alguna determinación en la lucha contra la pandemia en la capital gaditana? La tasa en la ciudad que ¿dirige? también está por las nubes. Sus ‘vesinos y vesinas’, además de los turistas y las turistos, también corren el riesgo de contraer la enfermedad. Y los negocios de irse a pique. Pero no parece que vaya con él. Ya llevamos más de un mes de verano y las únicas declaraciones públicas que se le conocen son para erigirse en el salvador de los coletivos LGTBI, de las mujeres maltratadas, de los represaliados por la guerra civil, de las víctimas de odio, de la crisis climática, de los inclusivos, de los diversos y de los tolerantes... es decir, de todo aquello en lo que no tiene la más mínima competencia. Pero sí un mensaje que dar, una moto que vender, lanzando proclamas que, lejos de arreglar nada, están provocando cada día mayor confrontación, están convirtiéndonos en una sociedad mucho peor que la que éramos antes de que él y los suyos empezaran a vociferar pamplinas. ¿O acaso se piensa que los que agredieron el otro día a un chaval en San Fernando al grito de ‘maricón’ son votantes de Vox o del PP? Son niñatos, descerebrados, que oyen sus mensajes y se posicionan en un lado o en otro, como si en estos asuntos hubiera bandos.
En todo ese cenagal político, el alcalde de Cádiz y los suyos se mueven a la perfección. Es lo que les gusta y lo que promueven. Pero de arreglar problemas concretos –y en este momento no hay nada más concreto que la tasa Covid–, nada de nada. La Junta de Andalucía ordena el cierre de las playas para evitar concentraciones de jóvenes y el alcalde de Conil lo celebra y se pone a trabajar para que se cumpla. El de Cádiz saca a uno de sus voceros, Demetrio Quirós, a cargar contra el Gobierno andaluz. Es la diferencia entre alcaldes de verdad, comprometidos con los suyos, y alcalduchos que sólo entienden de palabrería barata.