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Mientras haya borregos que se queden en la superficie de sus mensajes, sin profundizar lo más mínimo, el vicepresidente segundo del Gobierno de España estará haciendo bien su trabajo

Ignacio Moreno Bustamante

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«Por más que continúen las amenazas de muerte, seguiremos trabajando desde el Gobierno y con la ley en la mano para hacer un país mejor. Ni la violencia ni las amenazas ultras detendrán los avances democráticos» . Así se despachaba Pablo Iglesias (en adelante, ... nuestro vicepresidente segundo del Gobierno de España), hace exactamente una semana en Twitter. ¿Amenazas de muerte? ¿Violencia? ¿Ultras? Algo muy grave ha debido ocurrir, y por más que se esté en contra de su política y de sus delirantes propuestas, aqui no caben medias tintas. Aquí todos debemos ir a una. Y empatizar. Y solidarizarse. Porque hay determinadas líneas que no debemos permitir que se crucen por mucha crispación política que estemos viviendo en estos últimos meses. Eso fue lo primero que me vino a la mente y, tras este primer pensamiento, traté de profundizar en el mensaje de nuestro vicepresidente segundo del Gobierno de España, convencido de que quien le había tratado de amargar la mañana de domingo habría sido algún grupo radical ultraderechista. Quizá un grupo organizado a nivel europeo con ramificaciones en España. Quería saber si había indicios de delito suficientes para que actuara de oficio la Fiscalía o si incluso el ministro del Interior se vería obligado a refozar aún más la seguridad en el chalé propiedad del vicepresidente segundo del Gobierno de España.

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