Felicidad Rodríguez

Homo sapiens sapiens

Otro 24 de noviembre, un grupo de paleoantropólogos excavaba allá por el Cuerno de África, en la depresión Afar del Gran Valle del Rif

Felicidad Rodríguez

Otro 24 de noviembre, 41 años atrás, un grupo de paleoantropólogos excavaba allá por el Cuerno de África, en la depresión Afar de esa inmensa fractura geológica que es el Gran Valle del Rift. De fondo, quizás para aliviar el esfuerzo del trabajo de campo en uno de los lugares más calurosos del planeta, sonaba un éxito de los Beatles ‘Lucy en el cielo con diamantes’. Y, de repente, apareció ella; por supuesto, no podía llamarse sino Lucy. De unos 20 años pero con más de 3,2 millones de años a sus espaldas, esta Australopithecus afarensis exhibía, en su pelvis y rodillas, los signos del imparable camino de la hominización. Y desde entonces, y aún antes, una apasionante historia, o decenas de historias, de evolución continua, de pruebas y errores, de rutas sin salidas, cruzamientos insospechados y eslabones aún perdidos.

Unos 2 millones de años tras la muerte de Lucy, ya en nuestro país, varias especies distintas del género Homo elegían, aunque en períodos diferentes, el lugar donde sobrevivir, la sierra de Atapuerca. El Homo antecessor, el heidelbergensis y, por fin, el Homo sapiens, el Hombre sabio. Mucho más cerca de nosotros, en el tiempo y en el espacio, otro Homo, el neanderthalensis, se refugiaba en la gibraltareña Gorhan para esperar su misteriosa desaparición. Curiosamente, los restos del hombre de Gibraltar se encontraron antes que los del ‘alemán’ que da nombre a la especie; y, al parecer, también los neardenthales gaditanos fueron de los últimos en extinguirse después de transmitirnos sus huellas genéticas a través de sus cruces con otra especie más evolucionada que ya estaba ocupando Europa, el Homo sapiens, el Hombre de Cromagnon. Y de él, directamente, nosotros; el Hombre moderno, la subespecie Homo sapiens sapiens, el Hombre sabio sabio. Una reiteración, la de portar sabiduría, para identificar al hombre actual; y para reflexionar sobre lo que nos hace humanos. Obviamente nuestra evolución no ha terminado; apenas llevamos aquí un tiempo infinitesimal de ese marco cronológico de la filogénesis humana. Un tiempo, muy corto aún, pero en el que se han producido, de manera concentrada y en función exponencial, los mayores desarrollos concebibles, e incluso inimaginables, en todas las esferas: en ciencias, en tecnología, en arte, en pensamiento…

Somos más sapiens que hace 500 o 1000 años. Quizás por eso con frecuencia olvidamos aquello de «lo sabe todo, absolutamente todo; figúrese lo tonto que será» que diría Unamuno. Ese calificativo de portador de sabiduría que da nombre a nuestra especie implica la capacidad de pensar y de analizar las situaciones distinguiendo lo positivo de lo negativo, también entre el bien y el mal. Parece, sin embargo, que ese discernimiento no implica, por el contrario, su necesaria aplicación práctica. Solo así se podría entender el carácter de Homo sapiens sapiens de los asesinos que el 31 de octubre destruyeron un avión comercial con 224 personas a bordo, a los que perpetraron la horrorosa masacre de París, a los que el pasado día 12 mataron a 43 personas junto a una mezquita en Beirut, a los autores de las matanzas en Camerún y en Mali de la semana pasada o a aquellos que cegaron la vida de 193 inocentes e hirieron a cerca de 2000 personas en Madrid.

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