Homenajes a etarras
La consecución de la paz después de medio siglo de violencia terrorista ha sido una bendición para la inmensa mayoría de los vascos
ETA dejó de matar el 20 de octubre de 2011, fecha en que un comunicado de la banda terrorista informaba de que su actividad había tocado a su fin. El 17 de marzo de 2017 anunció su desarme definitivo de manera unilateral y sin condiciones, ... que se produjo el 8 de abril de ese mismo año. Finalmente, ETA comunicó por carta a instituciones y agentes políticos su decisión de «dar por terminado su ciclo histórico» y confirmó su disolución definitiva el 3 de mayo de 2018.
La consecución de la paz después de medio siglo de violencia terrorista ha sido una bendición para la inmensa mayoría de los vascos, totalmente disconformes con la aberrante actitud de quienes pretendían el objetivo político de la independencia mediante la violencia atroz e indiscriminada. Sin embargo, nadie puede llamarse a engaño en relación a una evidencia que ni se pudo desconocer mientras ETA actuó ni mucho menos ahora, cuando el dislate ha terminado: la organización terrorista tuvo un relevante apoyo social, sin el cual no hubiera podido sobrevivir tanto tiempo. Un apoyo social que tuvo su expresión política en la izquierda abertzale, aunque, en honor a la verdad, no todo el mundo que formaba parte de aquel mundo apoyaba la violencia, la extorsión, los estragos y los asesinatos. Pero es innegable que aquella malignidad había impregnado determinadas circulaciones sociales -la novela ‘Patria’ de Fernando Aramburu la describe con magistral e inquietante precisión- y es bien patente que hoy todavía cuenta ETA con adhesiones en un sector de la sociedad vasca.
Las víctimas del terrorismo -la AVT, Covite y Dignidad y Justicia- llevan años denunciando los recibimientos en los pueblos a los presos etarras que van saliendo de prisión tras cumplir largas penas. La izquierda abertzale acostumbra a agasajarles con flores, bailes y cánticos cuando llegan a sus localidades de origen después de cumplir sus penas de cárcel. Son los llamados «ongi etorris». En las últimas semanas, los homenajes a José Javier Zabaleta y Xavier Ugarte (uno de los secuestradores de Ortega Lara), en Hernani y Oñate, el 26 y el 27 de julio- son solo dos ejemplos más de una práctica habitual, que ha generado la airada respuesta de las víctimas y, en general, de los demócratas. Las organizaciones de víctimas han presentado las habituales denuncias y la Audiencia Nacional ha ordenado identificar a los convocantes.
Pese a las denuncias, desde 2016 ningún homenaje de este estilo ha culminado en condena para los organizadores de estos actos, que lógicamente encrespan a los damnificados por aquella ceguera homicida. Ni un solo caso ha llegado a juicio, lo que significa que el procedimiento judicial no ha conseguido concreciones que tengan consecuencias penales.
El nacionalismo democrático ha intentado hacer pedagogía y ha señalado lo irracional de esas expansiones, que causan injustificado dolor a las víctimas. Porque, ¿qué se quiere expresar con tales homenajes? ¿Se trata de elogiar a los desalmados que han practicado el tiro en la nuca? ¿Se quiere decir acaso que se erró al detener la violencia y que habría que regresar a las pistolas? Es difícil saber qué están pensando quienes ven con arrobo al terrorista sanguinario, y en lugar de extender el pertinente silencio que merece el criminal que ha cumplido su condena, jalean al victimario. Quizá la justicia tenga poco que hacer ni que decir en estos flecos de la vieja violencia. Lo que si es seguro es que se echa en falta en la sociedad vasca un más sonoro reproche colectivo, capaz de terminar con estos restos de insensibilidad criminógena que seguramente son la secuela inevitable de la gran tragedia.