OPINIÓN
Historias
Cualquier intento de reconstrucción del pasado es una narración lineal que opera la selección sobre aquella otra trama que estuvo tejida por las incontables decisiones individuales
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Acepto la gentil invitación de Salustiano Gutiérrez y acudo, la pasada mañana de sábado, a Casas Viejas. Escucho con atención su exposición sobre las condiciones políticas y socieconómicas del pueblo, centradas en la primera mitad del pasado siglo. A continuación asisto al testimonio humano de ... una de las descendientes de la familia Seisdedos, desgraciada protagonista de los famosos, aunque tristes, Sucesos del 33. La jornada continúa con una muestra de la labor que se está llevando a cabo con respecto a la recuperación de las letras de los carnavaleros gaditanos represaliados por el régimen franquista. Coplas de sabor antiguo y un documental que recrea la época. Ya en plena calle, la maratoniana mañana se cierra con un recorrido, con Salus como cicerone, por los principales puntos urbanos donde se desarrollaron los acontecimientos en aquellos dos infaustos días de enero. Como colofón, todos los asistentes fuimos invitados a degustar un guiso de tagarninas para poner punto final gastronómico a tan suculento repaso histórico.
Comparto la mirada neutra de Salustiano con respecto a los sucesos históricos. Comparto su voluntad de no enjuiciar los hechos del pasado con la vara de medir del presente, actitud revisionista demasiado habitual. Juzgar las actuaciones de nuestros antecesores en base a nuestros criterios morales o legales actuales se fundamenta en una ilusión. La ilusión de creernos en una situación temporal privilegiada que nos permite echar la vista atrás para observar lo que los protagonistas de los hechos no tuvieron ocasión por carecer de la adecuada perspectiva.
Pero debemos partir del hecho de que cualquier intento de reconstrucción del pasado no deja de ser una narración lineal que opera la necesaria selección sobre aquella otra trama que, como la nuestra presente, estuvo tejida por las incontables decisiones individuales tanto de los personajes a los que otorgamos especial protagonismo, como de aquellos otros que también nos encargamos de excluir de los libros de historia. Y toda selección, en ese sentido, es falsificación. Y todo juicio que incluyamos en esa narración, del tipo que sea, está condenado de antemano a ser una forma de autoengaño. Pero es que, además, ese revisionismo histórico plantea un serio problema de límites.
¿Dónde establecemos la línea divisoria que separa la historia del presente? ¿Cualquier decisión tomada por Pedro Sánchez al principio de su mandato es ya histórica o debemos considerarla como parte de nuestro tiempo vivo? ¿Y las últimas de Rajoy, dónde las ubicamos? ¿Debemos considerar ya testimonios históricos las noticias del diario de ayer, una vez perdido su marchamo de actualidad? Si el pasado nos pisa continuamente los talones y la historia se va consolidando conforme la vamos dejando atrás, tal vez tampoco estemos en condiciones de juzgar los hechos del presente, dada su exigua duración.
Lo único que nos queda es ser tremendamente escrupuloso con las voces y los vestigios que nos lleguen desde esa dimensión temporal que se va cerrando a cada instante a espaldas de nuestro presente. Por eso comparto la visión desapasionada (por más que su interés en la historia no esté falto de pasión) de Salustiano. Como él, creo que la vara más justa de medir nuestro pasado histórico, con sus personajes y sus convulsiones, con sus logros y sus miserias, es la del sufrimiento humano. Antes que vencedores y vencidos, pensemos en la extensión del dolor. Porque el dolor no suele establecer distinciones maniqueas entre buenos y malos, sino que, una vez adquiere proporciones de avalancha, nadie debe sentirse a salvo.