Halloween y lo que da miedo en Cádiz

A la Cádiz del maremoto, de la explosión y del paro, lo que le asusta de verdad es otra cosa

Uno, a lo largo de la vida, va leyendo frases u oyendo sones que, sin saber por qué, se le quedan grabados. No me tengan por nadie erudito, ni siquiera por medianamente inteligente. Las melodías que tengo grabadas en esta casa llena de goteras que ... es mi cerebro suelen acercarse más a perros que hacían de mosqueteros que a piezas de clarinete de un genio musical de Salzburgo. Lo mismo me pasa con las frases, que en la mayoría de los casos no van más allá de un juego de palabras para comprar Tefal o para desear a alguien que se diesel gustazo. Pero como hasta un reloj parado da la hora correcta dos veces al día (a no ser que sea de cuarzo, que creo que sería más mi caso) se me quedó marcada una frase en mis años de facultad que decía: «el hombre llega al otoño como en tierra de nadie, para morir es muy pronto y para amar es muy tarde». Pues bien, a mí me ha sucedido eso con todo lo que rodea a Todos los Santos. No sé si a usted, amigo lector, le sucede lo mismo: para el Tenorio y los cementerios es muy joven y para Halloween, demasiado viejo.

Las dos tradiciones, la castiza y la anglosajona, siempre me han provocado más pereza que interés, más allá de un Juan Luis Galiardo declamando como sólo él podía hacer o de una fiesta con rijosa intención. Pero hete que el ser de Cádiz, con su sortilegio de trocar todo en Carnaval, me ha hecho posible asimilar lo de las calabazas, los murciélagos y los constantes bobesponjas con la misma naturalidad que un nacido en el Cádiz de Ohio.

Bien es cierto que, por ser de Cádiz, aquí tenemos menos posibilidades de asustarnos con unos dráculas que nos recuerdan al Gago, unas momias que quizá nos traigan a la cabeza al Love y unos frankestein que se parecen a Los monstruos de pueblo del Yuyu. Al Cádiz del maremoto (lo de sacar a la Virgen de La Palma merecería otro artículo si un servidor no fuera de natural cobardón), de la explosión y, la plaga que nunca acaba, del paro pocas veces se la puede asustar cuando vive en un miedo permanente.

Aunque esta semana sí hemos tenido un susto cuando, muy cerquita de casa, ha venido uno de esos monstruos de los que muestran la mano para que otros tiren las piedras, de los que reparten carnés de ciudadano en función de sus criterios, de los que llenan escuelas de arte pese a no tener nada de lo segundo y haber pisado poco lo primero. Eso sí que da auténtico miedo. Pero esperemos que se quede en un susto de Halloween y que, después del truco, no tengamos que pasar miedo con el trato.

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