Antonio Papell

¿Hacia un nuevo bipartidismo?

Aunque la sociología política no sea una ciencia exacta, es conocido desde Maurice Duverger que existe una correlación entre el modelo de partidos y el sistema electoral.

ANTONIO PAPELL

Aunque la sociología política no sea una ciencia exacta, es conocido desde Maurice Duverger –en su célebre ‘Sociología Política’ (1966), editada aquí por Alianza– que existe una correlación entre el modelo de partidos y el sistema electoral. Los sistemas electorales mayoritarios –en cada circunscripción se elige al candidato más votado– dan lugar a modelos bipartidistas; y los sistemas proporcionales –en cada circunscripción se elige a varios candidatos de forma proporcional al resultado en votos que han obtenido– engendran modelos pluripartidistas.

En nuestro caso, los promotores de la transición quisieron erigir un régimen considerablemente estable –en el extremo, Fraga abogaba por emular el modelo británico, con sistema electoral mayoritario y un claro bipartidismo–, pero en el que tuvieran cabida, al menos, las formaciones nacionalistas de la periferia y el Partido Comunista. Por ello, tras numerosos debates técnicos con contraste político, se optó por la proporcionalidad corregida a través de la ley d’Hondt, es decir, por el sistema que ha llegado hasta nuestros días.

Nuestro modelo electoral, que se basa en el cálculo de restos, se caracteriza por primar a las dos primeras formaciones y por penalizar a la tercera y siguientes. Históricamente, PP y PSOE han mantenido la primacía desde 1982 hasta el pasado 20D, y los terceros en discordia han tenido angustiosas dificultades de supervivencia. Así por ejemplo, IU lograba el 20D 923.000 votos y sólo dos diputados (uno por cada 462.000 electores) en tanto en estas mismas elecciones el PP necesitaba 59.000 electores para cada escaño y el PSOE, 61.000.

Es, pues, evidente que con este sistema electoral la utilidad del voto es mayor cuanto más respaldo tiene el destinatario. O, dicho de otro modo, el elector, por razones obvias, intentará sacar la mayor utilidad a su decisión optando por unas de las opciones que más pueden influir (el celebre voto útil). Así las cosas, no es difícil entender que, si no se procede a una reforma de la ley electoral, la tendencia al bipartidismo se mantendrá.

Ciudadanos acaba de experimentar en carne propia este efecto según la encuesta del CIS publicada esta semana: la formación de Albert Rivera es la que menos fidelidad de voto registra, sólo el 77,7%; un 5% de sus votantes elegirían ahora al PP y otro 13% afirma que no votará o está indeciso sobre su voto. En realidad, si no se establecen unas nuevas condiciones con las que el peso de los votos sea similar tanto si se dirigen a formaciones mayores como a otras de menor tamaño, la tendencia a la concentración persistirá.

Por ello, Ciudadanos tiene actualmente unas urgencias vitales, que probablemente serán las que determinan su actuación a corto y medio plazo: por una parte, no puede permitirse el lujo de unas terceras elecciones porque se expondría a caer en la irrelevancia ya que con toda probabilidad una parte de sus electores le achacaría la responsabilidad de la repetición y trasladaría su apoyo al PP para facilitar la gobernabilidad. Por otra parte, Ciudadanos tiene que aprovechar su actual ascendiente para forzar una reforma electoral, sin la cual las terceras vías tendrán que soportar siempre una presión exorbitante que las impulsa a la desaparición.

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