OPINIÓN
Gutiérrez y la constante sorpresa
No acertó a comprender cómo, en el mes de agosto, tuvieron que acudir a un festival de Carnaval.
Durante los meses de julio y agosto, a modo de divertimento, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.
Gutiérrez se sentía en la ciudad como un ... niño al que todo sorprende. Le impactó el repentino amor que sentía aquel rincón por Halloween. A finales de octubre, raro era el local que no había adornado con calaveras y calabazas el escaparate. También, que sus habitantes fueran los que primero mudaban de armario. Si un día a finales de verano hacía brisa, ya había quien decidía que el invierno se aproximaba y había que volver al atuendo otoñal. Si en marzo el sol estaba más trabajador, había quien no abandonaba ya las chanclas hasta noviembre. Y, por supuesto, quienes vivían todo el año en un agosto de pantalón pirata y camiseta sin mangas.
No acertó a comprender cómo, en el mes de agosto, tuvieron que acudir a un festival de Carnaval. Iban de incógnito, por si los Fresones, esa famosa banda de traficantes, había vuelto a las andadas. Se maravilló el agente de que los asistentes conocieran los repertorios, de que corrigieran cada fallo, de que hubieran convertido en himno cada pieza destinada al olvido. «Todo el año es fiesta aquí», masculló.
Acabado el servicio, volvió a casa. Serían las 10 de la noche cuando, a lo lejos, oyó un estremecedor jaleo. La gente se congregaba en la calle y no sabía nuestro asombrado inspector qué estaba ocurriendo. Se asomó por la ventana y, al descorrer el visillo, acertó a comprobar cómo la multitud seguía creciendo. A lo lejos, retumbaba el cielo. ¿Qué diantres está pasando? (Puede imaginar el lector que no fue esta expresión la que él utilizó.) No creyó necesario coger la pistola («ni que esto fuera una película») y se echó a la calle con la rapidez que da el sentirse paladín de la ley. Se fue abriendo paso entre la gente. Algunos le impidieron el paso, «un poco de respeto», le gritaron. Pensó que sería algo gordo cuando tanta gente, de las más distintas raleas, completaba el cortejo. E olor le dio la pista de lo que estaba pasando. Miró con fastidio el móvil y una rápida consulta le resolvió sus dudas. Esa noche se cumplía el 138 aniversario de la bendición de la pila bautismal de la iglesia de la orden rosalina, por lo que se había organizado una solemne procesión. Esa ciudad vivía en una Semana Santa sin fin. Un policía local se le acercó: «caballero, échese a un lado, que está pasando el Señor». «Por encima de nosotros» sólo pensó Gutiérrez, que sabía como nadie que de servicio no les gustaba a los agentes aguantar bromas. «Todo el año es fiesta aquí», se repitió antes de introducir la llave en el portal.
(Continuará la próxima semana.)
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